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Crítica de Guille63


Guille63
04 July 2023
“… aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia.”

Autor y narrador y protagonista, diario y novela, la construcción del relato, su imbricación con la vida del autor, recuerdos de la niñez y la vida adulta, las culpas propias y ajenas, todo se mezcla en esta breve e intensa novela llena de huecos que el lector debe ocupar para terminar de construir este artefacto triste y melancólico que es “Formas de volver a casa”.

“Lo que pasa… es que espero una voz. Una voz que no es la mía. Una voz antigua, novelesca, firme. O es que me gusta estar en el libro. Es que prefiero escribir a haber escrito. Prefiero permanecer, habitar ese tiempo, convivir con esos años, perseguir largamente imágenes esquivas y repasarlas con cuidado. Verlas mal, pero verlas. Quedarme ahí, mirando.”

Cuánta razón tiene Zambra cuando dice aquello de que “es bueno perder la confianza en el suelo, que es necesario saber que de un momento a otro todo puede venirse abajo”, algo que empezamos a saber desde el mismo instante, que nunca es un instante, en el que descubrimos que los padres no son los dioses omnipotentes y omniscientes que creíamos ni es absoluta su protección, que nosotros no somos tan importantes, que ellos tienen una vida más allá de nosotros, una vida que incluso puede avergonzarnos, una vida que transcurre paralela a la nuestra y en la que, en el caso del protagonista, mientras ellos…

“… mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar las servilletas en forma de barcos, de aviones. Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer.”

Nada es fijo e inamovible, la vida es frágil, la democracia es frágil, la gente olvida rápidamente lo que fueron en otras épocas esos movimientos que tanta fuerza están tomando en los últimos tiempos y que utilizan la democracia, siempre tambaleante, justamente para destruirla, no solo con el apoyo de los adeptos, ciegos o no, sino de todos aquellos que miran para otro lado, que dicen no estar a favor pero que tampoco se deciden a posicionarse en contra, que no se dan cuenta de que realmente hay buenos y malos.

“Recuerdo haber pensado, sin orgullo y sin autocompasión, que yo no era ni rico ni pobre, que no era bueno ni malo. Pero era difícil ser eso: ni bueno ni malo. Me parecía que eso era en el fondo, ser malo.”

Esa novela, que transcurre durante la dictadura de Pinochet, la de los padres del protagonista, es en la que se sumerge el narrador recuperando la mirada de aquel niño que odiaba a Pinochet porque interrumpía los programas de la tele, sintiéndose ahora culpable por la posición que ellos decidieron tomar, tan distinta a las de otras familias (un poco ese famoso síndrome del superviviente), poniéndose su ropa para mirarse largamente en el espejo, aunque, ya se sabe, a los padres “Nunca aprendemos a mirarlos bien”.

“…Es como si hubiéramos presenciado un crimen. No lo cometimos, solamente pasábamos por el lugar, pero arrancamos porque sabemos que si nos encontraran nos culparían. Nos creemos inocentes, nos creemos culpables: no lo sabemos.”

Y desde esa novela escribe también la propia, lamentando no estar más en contra de la nostalgia desde la que escribe una y otra, siendo en todo momento consciente de lo incompleta o torcida que es siempre la novela que acaba saliendo.

“…un libro es siempre el reverso de otro libro inmenso y raro. Un libro ilegible y genuino que traducimos, que traicionamos por el hábito de una prosa pasable.”
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