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Crítica de monichiiiiiiiiiiiu


monichiiiiiiiiiiiu
02 March 2024
"Tuve que asumir muchas cosas durante aquellos meses. Asumí que mi padre permanecería encerrado en el parlamento sin saber cuándo regresaría a casa, si es que lo lograba. Asumí las entusiastas explicaciones de mi madre sobre la evolución de su permiso de trabajo italiano y sus ridículos pretextos de que no le importaba nada limpiar los baños de desconocidos durante un tiempo porque eso la ayudaba a olvidar la política. Asumí que me había quedado sin voz y que desde ese momento en adelante quizá tuviera que comunicarme por escrito. Asumí que Flamur, mi amigo de la infancia, que una vez había matado un gato delante de mí, se había matado delante de su madre manipulando una Tokarev TT-33. Asumí el repiqueteo de las balas de los kaláshnikovs en el alféizar de mi ventana. Aprendí a dormir escuchándolo. Asumí que habían puesto una bomba durante mi examen y que la fiesta de final de curso estuviera rodeada de hombres armados". La infancia de Lea Ypi (Tirana, Albania 1979), estuvo llena de mentiras. Como en la película La Vida es Bella en la que un padre engaña a su hijo haciendo pasar un campo de concentración nazi por un campo de juegos, a la pequeña Lea le explicaban que la gente que desaparecía en realidad iba a la Universidad. Dependiendo cómo les fueran los estudios, lo dejaban, se licenciaban en un tiempo razonable o se tiraban media vida sacándose la carrera. Conseguir una lata vacía de Coca Cola era la monda y te hacía ser el más guay del barrio y se coleccionaban coloridos envoltorios de chicles extranjeros que jamás probarías. Pero qué bonito todo porque Enver Hoxha es nuestro salvador y con él nada nos falta. Hasta el año 1990, en el que todo empezó a torcerse, el telón de acero cayó y en Los Balcanes se montó un cifostio del que la zona no se ha recuperado todavía. del origen, nudo y desenlace de todo esto nos habla Lea Ypi en estas memorias que son una lección de historia y de vida. "Aprendí a vivir con una sensación de precariedad constante. Asumí la insignificancia de acciones cotidianas como comer, leer o dormir cuando no sabes si podrás volver a hacerlo al día siguiente. Asumí el anonimato de todas las tragedias que se desplegaban delante de mí y cómo, de repente, resultaba inútil averiguar qué tipo de muerte había sufrido un vecino o un pariente: intencionada o accidental, en soledad o rodeado de su familia, violenta o tranquila, ridícula o digna. Asumí las diferentes explicaciones sobre las causas de esto o aquello: que la comunidad internacional nos había advertido de tal o cual decisión; que hacía tiempo que la historia de los Balcanes era una bomba de relojería; que había que tener en cuenta las divisiones étnicas y religiosas que imperaban en este rincón del mundo, así como el legado del socialismo. Asumí las historias que oía en los medios de comunicación extranjeros: que la guerra civil albanesa no se debía al colapso de un sistema financiero defectuoso, sino a las antiguas enemistades entre los diferentes grupos étnicos, los ghegs del norte y los tosks del sur. Lo acepté, pese a ser una explicación absurda, pese a no saber ni yo misma a qué grupo pertenecía, si a ambos o a ninguno. Lo asumí, pese a que mi madre era gheg y mi padre tosk, y pese a que durante su vida matrimonial lo único que había importado eran sus diferencias políticas y de clase, nunca el acento con el que hablaban. Lo asumí, como todo lo demás, igual que asumí la hoja de ruta liberal que habíamos seguido como si fuese una vocación religiosa, igual que asumí que su desarrollo solo podía verse afectado por factores externos (como el atraso de las normas que regían a nuestra comunidad) y nunca por sus propias contradicciones". IMPRESCINDIBLE PARA TODO SER HUMANO CON UN PAR DE NEURONAS FUNCIONALES.
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