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Desgraciadamente, este libro no me ha aportado nada ni me ha despertado ningún sentimiento: ni tristeza, ni pena, ni lamento. Esto ocurre porque la historia tiene poca originalidad, cae en los estereotipos tan trillados de siempre y cuenta lo típico que narran el resto de novelas románticas. En definitiva, no me ha aportado nada nuevo ni se diferencia de otras novelas similares: enfermedad, hijos que no se hablan con sus padres, un amor profundo del pasado, narrado en primera persona desde la senectud y la triste cama de un hospital… Esta novela corta no destaca entre la multitud por su parecido con tantas otras novelas y películas. Si algo destaca, son los personajes. Algunos bastante planos, pero otros más redondos y mejor elaborados, aunque realmente no he congeniado con ninguno ni me he emocionado al leer sus anécdotas o recuerdos. A la poca originalidad se suma una pluma simple, clara, sencilla y directa. Es cierto que no suelo leer novela romántica, porque no me gustan ni las ñoñerías ni las ñoñeces ni los sentimientos amorosos con triple capa de azúcar, así que seguramente no sea el público al que va destinado la novela. Sin embargo, he leído otras novelas románticas que distaban de esa realidad edulcorada, casi perfecta e idílica y sí me han gustado. Cuando un libro no me agrada, me da rabia y pena porque, en cierto modo, es echar por tierra el trabajo del escritor, pero no me gusta mentir en mis reseñas. Reparto varios puntos positivos por la redondez de la novela, símbolo de un buen escritor, y porque, aunque no me haya gustado, en ningún momento se me hizo pesada (tampoco amena) ni se me pasó por la cabeza dejarla inacabada. Quizás por esto, al autor le dé alguna otra oportunidad. No sé si seré insensible, pero el libro no me ha conmovido lo más mínimo. Una pena, supongo.
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