España pagana

Si echo la vista atrás, creo que puedo contar con los dedos de una mano (y quizá me sobren) las lecturas que en estos últimos años he hecho sobre la Guerra Civil española y la posguerra. ¿El porqué? Podría tomar prestada la frase “nadie es profeta en su propia tierra” o confesar que simplemente me interesan más los asuntos que conciernen a otras latitudes.

De ahí que me pareciera cautivador aceptar el reto de conocer la España pagana que el escritor norteamericano Richard Wright retrató en su viaje por el país a mediados de los años 50. Un periplo que empieza mejor de lo que acaba.

A través de los testimonios de las diferentes personas que se va encontrando a lo largo de distintas ciudades, intentará conformar una idea, una especie de clave sobre qué es ser español y las razones que llevan a un país a ser el sombrío y orgulloso dueño de su propia hambre mientras que en iglesias e ideologías refulgirán los ídolos y las palabras que sonaron con más fuerza hace siglos.

Lo que hace especial este libro es verlo a través de los ojos y los juicios de un intelectual negro instalado en París, un combinado de naturalezas y casualidades que harán que la observación de las costumbres de un pueblo herido pero con un fuerte arraigo de la tradición sea casi como enfrentar las idiosincrasias de dos partes del mundo que no se hubieran encontrado nunca.

Decía hace unos párrafos que la historia empieza mejor de lo que acaba porque son precisamente algunos de los hitos de la cultura y política española los que sorprenderán e interesarán al escritor, pero pueden alejar al lector que no comparta y/o entienda ciertos capítulos de nuestra historia.

La lectura de algunas lecciones del catecismo falangista que los estudiantes debían aprender y las páginas dedicadas al toreo pueden ser obstáculos a los que no nos queramos ni acercar, pero resultan fundamentales para entender la imagen y el relato que Wright construyó sobre nuestras singularidades.

Es una lectura llamativa porque supone revisitar el pasado histórico que nos marcó como sociedad, tal y como nos propone Wright: con espíritu crítico, con curiosidad y con asombro.
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