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Crítica de Guille63


Guille63
18 June 2023
Quitémonos lo fácil de encima rápidamente: diálogos interiores de seis personajes, una sola voz en personalidades dispares, prosa poética carente de acción.

Pero si quieren saber un poco más, y aunque esto sea solo la espuma de la ola, les diré que la novela se estructura en nueve secciones separadas por la sucesiva descripción de un día simbólico que transcurre a la par que la vida de estos seis personajes: lo que les marcará desde la infancia, la búsqueda de identidad, las esperanzas y los anhelos de la juventud, la madurez y la constatación del éxito o el fracaso en el camino elegido, el repaso en la vejez y las formas de afrontar el final. Seis personas que se conocen, pero no se conocen, que anhelan, quieren, envidian y lloran a Godot, el séptimo personaje, Percival, el único sin texto, representante de “todo lo que no podemos explicar, todo lo que convierte la simetría en absurdo”; lector de novelas policiacas y el que todo lo comprende, un gran maestro en el arte de vivir y el ser que les enfrentó a la muerte.

“Ni un hilo, ni una hoja de papel, media entre él y el sol, entre él y la lluvia, entre él y la luna, cuando yace desnudo, lacio, ardiente, en cama”.

Ahora lo esencial: “Las olas” es una obra de arte, un libro hermoso, de los más hermosos que he leído en mi vida, cautivador, descarnado, bello, oscuro y sugerente, tan oscuro y sugerente que el libro será algo distinto para cada uno de ustedes, más de lo que siempre es todo buen libro.

Contribuye a ello la abundancia de imágenes, de metáforas, de crípticas asociaciones, de símbolos que se van repitiendo como mantras a lo largo de la novela: un pañuelo donde encerrar las penas, una mano que se levanta y apremia, grises cenizas en un hogar apagado, cartas inacabadas, un charco que no se puede cruzar, un manzano por el que no se puede pasar, una puerta de rugoso roble a la que llamar, otras puertas que se abren y se cierran sin cesar, por dónde puede llegarnos lo que tememos, por donde no sabemos si entrará quien anhelamos…Y, por supuesto, las olas, las que marcan el paso del tiempo indiferentes a nuestros afanes, a nuestros miedos; la inestabilidad sobre la que establecemos nuestras construcciones en un no siempre alcanzable equilibrio; aquello que viene, que nos golpea o nos besa, que nos abandona; olas y olas, siempre parecidas, nunca iguales, como las vidas; olas que al retirarse dejan al descubierto nuestro ser, que a veces solo nos rozan; olas en las que algunos son capaces de dejarse llevar y contra las que otros luchan; olas que bañan las playas de las islas que en realidad somos; olas que mecen, que inundan, que atraen, que te rodean, que te acarician, que te hipnotizan, que te revuelcan…

En el primer capítulo, el dedicado a la infancia, un beso va a descubrirnos las naturalezas de los seis protagonistas, personalidades que caracterizarán sus caminos de forma invariable durante toda la vida.

Louis, acomplejado pese a la plena conciencia de sus méritos, se esconde tras un seto rogando que no lo encuentren, odiándolos por obligarle a estas extravagancias y aun así ansiando sus presencias; su éxito será el trabajo, su refugio las ensoñaciones de un pasado glorioso; alguna vez sacará un libro de poemas y leerá uno, uno es suficiente.

“Los nombres se repiten, los nombres son siempre los mismos. Son los voluntarios, son los jugadores de cricket, son los oficiales de la Historia Natural de la Sociedad. van siempre en formación de cuatro de a fondo, marcando el paso con insignias en los gorros, saludan al mismo tiempo cuando pasan ante la figura de su general. ¡Qué mayestático es su orden, qué hermosa su obediencia! Si pudiera seguirles, si pudiera ir con ellos… Sacrificaría cuanto sé para poder hacerlo… Les contemplo con envidia… Si hubiera pertenecido a su grupo y hubiera ganado partidos, y hubiera remado en las grandes regatas, y hubiera galopado durante un día entero, ¡cantaría canciones con fuerza de trueno a medianoche! ¡Qué torrente de palabras surgiría de mi garganta!”

Jinny descubre a Louis, se arroja sobre él, lo besa. Jinny es una gaviota que se deja llevar por la ola de su belleza, que se servirá de su aspecto. Jinny no miente, no sueña, no le preocupa si la vida es esto o lo otro, quiere balancearse, ser azotada, subir y bajar, como un buque sobre las olas. Sabe que llegará el momento en el que levantará la mano y nadie acudirá, que no habrá quién se percate de que ha caído su pañuelo, que ya no habrá reflejos en los cristales de las ventanillas de un tren, sabe que al final “nada queda para guardar en relicarios” pero también sabe que no tendrá miedo.

“Habrá fiestas en deslumbrantes salas. Y un hombre se fijará en mí, y me dirá lo que a nadie ha dicho. le gustaré más que Rhoda y Susan. Descubrirá en mí cierta cualidad, algo peculiar. Pero no estoy dispuesta a quedar vinculada a una persona tan sólo. No quiero quedar fijada, inmovilizada… Toda de oro, flotando en este rumbo, le digo a éste: «Ven». Rizándome en negro, digo a este otro: «No». Uno abandona su puesto bajo la vitrina. Se acerca. Se dirige a mí. Es el momento más excitante que he vivido en mi vida. Me estremezco. Me rizo. Me balanceo como una planta en el río, flotando hacia aquí, flotando hacia allá, pero enraizada, para que venga hacia mí. «Ven», le digo. «Ven».”

Susan ha visto como Jinny besaba a Louis y huye al bosque, a la naturaleza, con su angustia apretada en un pañuelo. Susan quiere dar y quiere recibir, ama y odia, pero a veces se siente como una hoja que es llevada por el viento, a veces desea que la plenitud de su casa, de su marido, de sus hijos, de su naturaleza se aleje de ella. A veces, odia a Jinny porque su presencia le recuerda que tiene las manos rojas y las uñas mordisqueadas y hasta el final jadeará «como un pájaro joven, insatisfecha, por algo que se me ha escapado.»

“Mis hijos me llevarán adelante… Quedaré degradada y encadenada por la bestial y hermosa pasión de la maternidad. Sin el menor escrúpulo, ayudaré a mis hijos a triunfar. Odiaré a cuantos vean sus defectos. Mentiré vilmente para favorecerlos. Y dejaré que me aíslen de ti y de ti y de ti… tendré criadas con delantales, trabajadores con horcas, una cocina a la que traerán a los cabritos enfermos para que cobren calor en un cesto, una cocina en la que colgarán jamones y brillarán las cebollas. Seré como mi madre, silenciosa, con delantal azul, recorriendo con la mirada las alacenas.”

Bernard ha visto como Susan huía, ha advertido su desdicha, la sigue, la envuelve en palabras. Bernard, con sus historias, consigue que la gente se sienta ligera y leve, liberada. Pero pronto le faltan las fuerzas, la frase se debilita, duda y calla. Su libreta está llena de frases imperfectas, de frases inacabadas. Es «como el cordón roto de una campanilla, siempre oscilando». Necesita el estímulo de los demás, sus miradas iluminándole, cambia según sea la estancia en la que se encuentra, según la compañía.

“Cuando no veo palabras retorciéndose a mi alrededor como anillos de humo, estoy en tinieblas y nada soy. Cuando estoy solo, caigo en un letargo, y me digo entristecido, mientras hago caer las cenizas por entre las barras de la parrilla, que la señora Moffat vendrá. Vendrá y lo limpiará todo.”

Neville se siente abandonado cuando Bernard le deja tras los pasos de Susan. Ama a Percival y advierte que su destino es causar repulsión a quién ama, que está condenado a producir asco, a ser un poeta. Opuesto a las convenciones, no soporta que haya dependientas de comercio. Sus risitas, su comadreo, le recuerdan su degradada naturaleza. Dedicará su vida a la perfección, a seguir la curva de la frase y acabará en paz, pero sin gloria. Llegará a gustarle ver a la gente salir en torrente del metro, mirará sin pasión.

“Poco me falta para chillar ante la cómoda satisfacción de sí mismo, y la mediocridad de este mundo que produce tratantes de caballos con adornos de coral pendientes de la cadena del reloj. Llevo en mi interior algo que los destruirá por entero. Mi risa les hará retorcerse en sus sillones, les obligará a echar a correr aullando. No: son inmortales. Triunfan.”

Rhoda permanece ajena a todo, concentrada en un cuenco donde flotan pétalos blancos, su flota navegando en el mar alzado en oleaje. Se siente fuera del mundo, con el peligro constante de caer en la nada. Tras la puerta le espera el tigre que se abalanzará sobre ella. No se concibe en su cuerpo, experimenta constantemente la indiferencia o el desprecio de los hombres mientras ella ansía columnas de mármol y lagos en el otro lado del mundo donde una golondrina moja la punta del ala.

“No tengo cara. Los demás tienen cara. Susan y Jinny tienen cara. Están aquí. Su mundo es el mundo real. Las cosas que levantan son cosas que pesan. Dicen «sí», dicen «no». Pero yo oscilo y cambio, y en menos de un segundo devengo transparente. Cuando se cruzan con una criada, la criada las mira sin reírse. Pero se ríe de mí. Ellas saben lo que han de decir, cuando alguien les habla. Se ríen de veras, se enojan de veras, en tanto que yo he de mirar primero a mi alrededor, y hacer lo que los demás hacen, cuando ya lo han hecho… Debo tergiversar y defenderme con mentiras.”

“Son tan solo hombres, tan solo mujeres.”

“Ha llegado el momento…Cerrarán los jardines.”

“¿Es que no había espada, nada con que demoler aquellas murallas, esa protección, este engendrar hijos, vivir entre cortinas, devenir de día en día más y más sujeto y entregado, entre libros y pinturas? Más hubiera valido quemar la propia vida, como Louis, en el deseo de perfección, o, como Rhoda, huir de nosotros, dejarnos atrás para ir a parar a un desierto, o elegir a uno entre millones, sólo a uno, como hizo Neville; más hubiera valido ser como Susan, y amar y odiar el calor del sol o el césped mordido por las heladas, o ser como Jinny, honestos y animales.”
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