Las devoradoras

Este libro va de un club de mujeres que comen, va de la comida y el amor (y la falta de él) como elementos profundamente interconectados (a veces de manera conflictiva, otras de forma maravillosa). Trata de un grupo de mujeres que se une por la necesidad de contar con un espacio seguro, y que comen como acto subversivo para, POR FIN, enfrentarse al trauma, por fin, oponer resistencia.

Este libro es la historia de Roberta (la protagonista) y la nuestra, porque todas hemos vivido lo que aquí ella nos cuenta. El dolor. La ansiedad. La incapacidad para conectar con los demás, el aislamiento. La búsqueda. El deseo de que nuestros cuerpos dejen de ser considerados propiedad pública.
Su camino para ello implica aprender a existir en espacios en los que siempre se nos ha dicho que no debemos existir, en los que hemos tenido que empequeñecernos para caber en un molde y complacer a aquellos que nos limitan.

El proceso de reapropiarnos de esos espacios y de nuestros cuerpos es doloroso, y también necesario. Un poco como este libro. Ha sido brutal, como coger una herida gangrenada y abrirla de parte a parte para dejarla al aire y que así empiece a curar. Y vaya si cura. El libro coge todos esos recuerdos enquistados, esas sensaciones a ratos adormecidas y a otros dominantes, y te dice que lidies con ellos, que nunca más aceptes una versión disminuida de ti misma, que acudas a otras mujeres. Que ellas comprenden. Que podemos juntas. Que nosotras sanamos.
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