La Belleza

Siento una gran soledad alojada en el abdomen y sé que es la misma que siempre han sufrido las mujeres. Yo contaba con dieciséis años cuando todas murieron y creí entender lo que significaba aquella pérdida, pero ahora sé que no era consciente de lo que las mujeres proporcionaban al mundo. No se trataba de sus labios, de sus ojos o de la suave condición de sus voces, sino de la forma en que todos los hombres constituyen parte de ellas. Y ahora somos parte de nada.

Ver esto me revuelve por dentro como nada lo ha hecho antes, ni siquiera la muerte. Esa expresión de placer ciego reflejado en los rostros de ambos, asi como el sonido de succión, me repugna y me estimula. Me da asco y me atrae, y mi cuerpo se deja llevar por esa visión aunque mi mente me indique que es del todo horrible.

La pena es mejor experimentarla en soledad. De esa manera tiene un sabor más puro, un borde más afilado.

¿Cómo puede uno encajar con otras personas, con todas sus aristas e imperfecciones borradas, erigiendo una vida sin fisuras a partir de los afilados bordes del descontento? No conozco nada que encaje con tal idea. Desde luego, no en la naturaleza. Nada real está destinado a teselarse como un triángulo, ni de forma ascendente ni descendente. Las ovejas nunca masticarán la hierba en líneas rectas.

Hoy el mundo avanza, y debo encontrar nuevas formas de convertir la verdad en historias.

La humanidad no sobrevivirá después de nosotros; al menos, no aquí, en el Valle de las Rocas. Ahí fuera, más allá de nuestros límites, podría haber hombres trabajando en laboratorios con tubos de ensayo y óvulos, tratando de crear mujeres, una suerte de mujeres golem.

Es curioso la de cosas que se hacen en nombre de la protección.