Con este clásico la autora nos ha legado un fiel retrato de la alta sociedad neoyorquina del siglo XIX, donde las sonrisas son forzadas y las convenciones sociales son muy estrictas. Nos lleva por un tour de force de eventos sociales, donde los vestidos largos son tan importantes como las intrigas amorosas, y en donde un malentendido te podía llevar al ostracismo social. Todo parece calmado en la superficie, pero debajo hay un hervidero de chismes y miradas de reojo, y los personajes se mueven entre la hipocresía y las apariencias. La trama, aunque rica en detalles, a veces avanza un poco lenta para mi gusto. A pesar de los momentos de lentitud, la prosa elegante y la crítica social hacen que valga la pena el viaje. Es como disfrutar de un buen vino: sabes que no deberías apurarlo, pero a veces solo quieres un sorbo más grande. Newland Archer, nuestro valiente héroe, tiene un dilema existencial ¿seguir las reglas de la sociedad o arriesgarlo todo por el amor verdadero? La Edad de la Inocencia es como una sinfonía lenta pero hermosa, con dosis de sarcasmo literario mezclado con una pizca de crítica a la moral pajuata neoyorquina. Si te gusta saborear el arte de la narración pausada, encontrarás una experiencia literaria enriquecedora en esta gran obra. ¡A cada lector su ritmo! |