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Crítica de Guille63


Guille63
13 March 2023
Nuevamente acabo maravillado por lo aparentemente injustificado que se me antoja el placer que me proporciona leer a Walser. No es fácil explicar cómo me atrapa la sencillez y la austeridad de su prosa, la simplicidad aparente de su narración, la despreocupación y la indolencia con la que parece haber sido escrita. al igual que las divagaciones no parecen responder más que al azar que rige los encuentros, tan propias de un paseo por otra parte, todo predispone a pensar que no se persigue ningún propósito concreto, que no se pretende llegar a sitio alguno. A ello contribuye en buena medida el tono paródico, burlesco y hasta sarcástico que endosa Walser a este poeta de personalidad solemne y arrogante, sin inspiración ni público, inclinado a las lucubraciones y fantasías literarias que sublima y lamenta su oficio, siempre expuesto a la cruel opinión ajena, y gran invasor de la vida cuyas satisfacciones son, antes que disfrutadas, pensadas para darles forma escrita después.

Sin embargo, son muchas las reflexiones que caben en este corto paseo y en estas pocas páginas. Walser, huyendo de la grandilocuencia con el mismo horror con que el paseante de este relato huye del oro y la plata que adornan el rótulo de una panadería, reivindica el placer de la contemplación silenciosa de esos detalles y elementos cotidianos y habituales que, por tal condición, son fácilmente inadvertidos y que con rapidez son convertidos por el paseante en ideales objetos de fantasía o análisis. Nuestro paseante escenifica ese silencio que domina el alma feliz, donde nada perturba, donde surgen sin dificultad castillos y castellanos de reluciente armadura; un alma de donde emana la alegría de vivir, una alegría del mediodía, de la juventud, con la que poder disfrutar de caminos, calles, campos y bosques; un tiempo en el que las resoluciones de las inevitables y molestas responsabilidades pueden predisponernos rápidamente al éxtasis, al entusiasmo de la libertad y a la libertad del juego y a la posibilidad de ser otro y, precisamente por eso, “ser otra vez yo”.

Pero también, un poeta molesto con los que engañan con una dulce y suave sonrisa, con un mundo donde impera el valor del dinero, del parecer más que del ser, del oropel, de la novedad por la novedad, donde son abundantes las inmensas e injustas desigualdades, donde es común la opresión del débil por el fuerte de la que ni él mismo duda en disfrutar en cuanto tiene ocasión. Un poeta para el que, además de las “muchas ocurrencias, relámpagos y luces de magnesio (que) se mezclan y se encuentran con naturalidad para ser cuidadosamente elaboradas” también surge el monstruo, el conflicto con uno mismo, su particular Tomzack.

Un paseo en el que inevitablemente llega el momento de hacer recuento del cumplimiento y los inevitables descuentos que se produjeron en “nuestros anhelos, en los osados deseos, en las dulces y elevadas concepciones de la felicidad” que tuvimos. Un paseo en el que no tarda en caer la tarde creando un ambiente propicio para la nostalgia de aquella hermosa muchacha que estúpidamente dejamos ir, en la que nos asaltan reproches y malos recuerdos donde no faltan la infidelidad, el odio, la terquedad, la maldad. Un ocaso, donde nos sacude la necesidad de tumbarnos ya en la orilla… porque ya es tarde y todo está oscuro.
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