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Crítica de LeonardoJimenez


LeonardoJimenez
19 October 2022
El libro comienza con un prólogo breve y directo escrito de una manera tan cercana, que cuando acabas de leerlo, te preguntas: Pero si yo me salto todos los prólogos, ¿por qué este me lo he tragado de la primera a la última palabra? La respuesta es tan concisa como el prólogo en sí. Porque lo que hace Ignacio Cid es una declaración de intenciones, la de su amigo y compañero Darío Vilas. Me quedo con este párrafo suyo y que forma parte de la contraportada:

Marquitos es en sí una contradicción, el amante piadoso, enorme, que se nombra con un diminutivo porque mata con dulzura, siempre por un bien común, el de su ombligo, que abarca todo el mundo, o todo UN mundo, o al menos esa parte de Simetría que se radiografía en esta novela.

Esta era la segunda novela que me leía de Darío. La primera fue La leyenda del Bajubal. He de reconocer que el autor ya me cautivó con su prosa. A la vista está, que me vi obligado a volver a la tienda un par de semanas después para adquirir otra de sus obras, que en este caso fue El hombre que nunca sacrificaba a las gallinas viejas.

A medida que iba pasando las páginas y me adentraba en la historia que nos cuenta Marquitos Laguna, una mala bestia de dos metros de altura tan peculiar y agradecido a sus gallinas, que se niega a sacrificarlas por la labor que hicieron a lo largo de sus días, me preguntaba cómo Darío había podido sacarse de la chistera a este personaje, a la par tan “carismático” y hostil. Mi reflexión cuando acabé la obra fue que debió de acabar tan agotado mentalmente que cuando pusiese el punto y final no querría saber nada más de este personaje. Pero mi sorpresa fue cuando al acabarla y volver a buscar otra obra suya, me topé con “La oración del sepulturero”, que a pesar de ser una secuela, merece tanto la pena como la primera. Porque sí, no pude resistirme y me la compré.

Sí, ahora es cuando me explico por haber dicho que debió acabar agotado. A lo que me refería es que si a la desabrida y desconcertante personalidad de su protagonista, le sumamos su ácido sentido del humor, resulta un cóctel explosivo que tan solo se muestra en la contundencia de sus actos. El arte del autor radica en la manera tan magistral en la que los representa y que obliga al lector a devorar las páginas una tras otra cuando a veces el cuerpo le pide cerrar los ojos y el libro.

Otro de sus aciertos es contárnosla en primera persona, lo que provoca que te sientas aún más incómodo a la hora de imaginarte en la piel del personaje protagonista. Porque si empatizar con los protagonistas de una obra es lo que busco yo cuando leo un relato, en este caso con Marquitos me fue imposible, por su crudeza; otra de las armas que usa Darío en su beneficio para guiarte a través del relato de una manera tan sutil, que casi te hace sentir a salvo cuando te convierte en su copiloto y te hace testigo invisible de sus macabras fechorías.

El estilo directo y afilado de Darío casa a la perfección con la personalidad y las voces con las que otorga a los personajes que forman parte de este soberbio relato. El autor vigués demuestra una vez más sentirse como pez en el agua a la hora de mostrarnos ese realismo sucio del que hace gala en sus obras y que se caracteriza por la parquedad en el uso de las palabras y su acierto en la elección de estas.

Destacar además la maestría con la que nos describe las peripecias de Marquitos (curioso apelativo por su edad y tremebundo aspecto) mientras este va impartiendo SU ley a lo largo y ancho de Simetría. El modo en el que Darío nos describe los suburbios y bajos fondos de esta isla ficticia cuando se monta en su furgoneta y conduce a través de ella nos hace olvidar por momentos los fantasmas que habitan en su interior y que lo atormentan cada minuto que pasa.

Una historia de terror psicológico con tintes de novela negra envuelto en una atmósfera claustrofóbica cargada de suspense que pone de manifiesto las intenciones de su personaje principal en un relato tan brillante como perturbador, calificativo que no puede faltar y que la convierte en no apta para todos los públicos y, mucho menos, para estómagos sensibles por su contenido violento.

Por último, mencionar la cuidada maquetación tanto interior como exterior, que nos da la bienvenida con una siniestra ilustración de portada llevada a cabo por Iván Ruso confeccionada en tonos grises, beige y marrón, que transmiten el mundo sombrío que oculta su cubierta y que descubriremos nada más pasemos la primera página del libro. Sin olvidarnos del gustazo que supone palpar su tacto rugoso entre los dedos y que te transmite la misma confianza que su autor una vez conoces su obra.
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