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Juan Victorio (Traductor)
ISBN : B00W1P7EKG
286 páginas
Editorial: REY LEAR, S.L. (01/05/2011)

Calificación promedio : 3.5/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 12 December 2023
Siempre me ha parecido tremendamente perturbador pensar en la existencia de seres que nos observan en todo momento, que todo lo ven (y ya no hablemos de la idea de que puedan saber todo lo que pensamos). Me parece tan diabólica esa posibilidad que la existencia de Dios y su corte de santos mirones me parece realmente el infierno. Gracias a Dios que no es el caso.

Y aunque Barbusse utiliza la idea del mirón para sus filosóficos y poéticos propósitos, no es de este infierno que nos habla en esta memorable novela. Su infierno es la conciencia de nuestra insignificancia, de nuestros quiméricos anhelos, del inevitable deseo de querer todo aquello de lo que precisamente carecemos, del sentimiento de desamparo y soledad que ello nos procura, de la imposibilidad de salir de nosotros, de vivir mil vidas distintas, qué digo mil, de poder vivirlas todas.

“Mi cabeza está vacía, seco mi corazón: no tengo a nadie en mi entorno, nunca he encontrado nada, ni un amigo siquiera; soy un pobre hombre que ha venido a dar por un día en el piso de una habitación de un hotel a donde viene todo el mundo, de donde todo el mundo se va. ¡Y, sin embargo, deseo gloria! Una gloria pegada a mí y sentida como herida extraordinaria y luminosa de la que todos hablarían; una muchedumbre en la que yo destacara y que aclamara mi nombre de una manera nunca oída en la faz de la tierra.”

Para ello, como digo, sube al escenario a un mirón, a un pobre hombre en representación de todos los hombres que, con la pobre felicidad del que no tiene dolores ni penas, vive su particular nada carente de esperanzas, …

“En adelante, no seré ni feliz ni desgraciado. No puedo resucitar. Y envejeceré tan quieto como lo estoy ahora, en esta habitación en la que tantas huellas han dejado otros seres, en la que ningún ser ha dejado huella.”

… y lo sitúa en una solitaria habitación de hotel que le concede la ocasión de, gracias a un desconchón en la pared, poder ver y oír todo lo que ocurre en la habitación contigua, de ver lo prohibido, lo más íntimo o lo que algunos no tienen otra alternativa que esconder, de atisbar, en fin, la verdad del que no tiene que disimular pues nadie está para juzgarlo. Una morbosa circunstancia a la que cada vez le dedica más tiempo, desatendiendo sus deberes, quitándose horas de sueño. Pero quién puede culparlo por obsesionarse con esta divina ocupación.

"Me he asomado de nuevo a la ranura. He puesto en ella unos ojos suplicantes. La habitación está a oscuras, llena de una noche en la que se mezcla todo, llena de lo desconocido absoluto, de todo lo que puede ser posible"

La observación de los distintos huéspedes que van ocupando la estancia le van dando pie para filosofar acerca del sentido de la vida, de sus penas y alegrías, de lo ilusorio que son todos nuestros esfuerzos por evadirnos de la invencible nada que envenena nuestra existencia.

“Se está solo… todo nos vuelve a nosotros y nos condena solamente a nosotros… cuando se escucha, no se oye casi nada, y, cuando se oye, apenas se comprende”

Por sus lucubraciones pasan todos nuestros inútiles atajos, empezando por esa felicidad que procura el descubrimiento del amor en la adolescencia (“sus bocas y sus ojos son los de Adán y Eva”), no tardando en llegar la subsiguiente y terrible revelación del deseo (“Cuando vean que han puesto inútilmente la infinitud en el deseo, serán castigados por su soberbia”).

“Y cuando, a consecuencia del triunfo de la curiosidad, prohibida no obstante por Dios mismo, han conocido el secreto, cuando han descubierto la acariciadora separación y han vislumbrado la fuerte voluntad de la carne, el cielo se ha nublado. La certeza de un porvenir de dolor ha caído sobre ellos; los ángeles, como buitres, los han expulsado y se han visto forzados a e errar por la tierra para siempre, pero ellos han creado el amor y reemplazado la riqueza divina por la pobreza de ser el uno para el otro.”

Se habla del trabajo como forma de llenar la vida, de los hijos como forma de prolongarla…

“El hijo por el cual la herida humana sangra continuamente. Crear. Iniciar de nuevo un sentimiento, hacer que renazca una desgracia; criar; sacrificar un ser. Dar a luz entre gritos una queja más.”

… de la religión y su promesa de una felicidad futura en la que desaparece todo sufrimiento.

“El universo es el universo de Dios, pero en mi felicidad el Dios soy yo. Lo que quiero, añade con una simpleza extraordinaria, es ser feliz, tal como soy y tal como sufro… si se nos quitara todo lo que nos hace daño, ¡qué quedaría! Y la felicidad que viniera después no sería para nosotros, sería para otro”

Pero sobre todo, se habla de la certeza de la muerte, del dolor y el peso de los recuerdos cuando esta se acerca, de la inmensidad que anida en el interior de cada uno de nosotros y que desaparece con ella.

“Me pregunto cómo puede uno vivir, soñar y dormir si se va a morir: ¡hay que estar cansado, hay que estar borracho!”

De todo esto trata la primera mitad de la obra. El resto, aunque mantiene la calidad, lirismo e intensidad de su prosa, y aunque él mismo se llega a reír de sí mismo y de su libro, es menos interesante, con partes claramente prescindibles, muy en la línea de su admirado Víctor Hugo, y hasta con algún capítulo realmente mal llevado, como aquel que narra el encuentro entre un moribundo y su confesor. Aun así, la novela es más que recomendable.

“¿Qué es lo que soy? Soy el deseo de no morir”
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