Los inquietos

Ojalá todos tuviésemos las voces de nuestros seres queridos enlatadas para siempre. Poder recurrir a unos cascos para atender la llamada del pasado cuando el olvido anida en cada rincón de la memoria. Lo primero que se olvida de una persona es la voz. Eso dicen. Como también dicen que las voces de los muertos solo se recuperan en los sueños. Y que soñamos con ellos hasta el último momento.
Con esas grabaciones jamás olvidaríamos que los hombres con personalidades fuertes, enérgicos y perfeccionistas, mantienen esas cualidades incluso cuando ya no queda nada que perfeccionar.
Ingmar Bergman fue un hombre excepcional en su campo y un fascinante y mundano ser humano. Un genio que escribía en las mesas y montaba en bicicleta. Un marido que mantuvo una excelente relación con las cinco mujeres más importantes de su vida. Un padre al que ver una vez al año, apartado del ruido, que regaló a sus hijos una última película en la que los protagonistas, cómo no, fueron ellos.