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Crítica de Guille63


Guille63
05 December 2023
Sóniechka es una novela que no enamora a primera vista. Como su protagonista, larguirucha, de trasero plano y nariz en forma de pera, te va ganando poco a poco por su sencillez, por su candor, por el amor a la vida que transmite, hasta caer rendido ante ella, novela y personaje.

“Tú y yo siempre estaremos en el bando de los perdedores, poco importa quiénes sean los monstruos que ganen”

Sin embargo, no fue esto lo que le pasó a Robert Víktorovich, un pintor en su mediana edad que, habiendo conocido las primeras alegrías del éxito en París, ahora, de nuevo en Rusia, malvivía sin apenas pintar y trabajando en los oficios más variopintos. Desde su primer encuentro con Sonia en la biblioteca donde trabajaba, Víktorovich vio algo en ella, no solo su busto opulento, el único rasgo físico que llamaba la atención en Sóniechka, sino una extraña luz que irradiaba de su persona y que nosotros mismos iremos descubriendo a lo largo de la novela.

Por aquel entonces, Sóniechka prefería siempre la compañía de una novela a cualquier otra, y se ensimismaba de tal forma en ellas que acababa emocionándose con sus personajes igual que si de miembros de su propia familia se tratara.

“¿Qué era aquello? ¿Una incapacidad total para comprender el elemento lúdico inherente a todas las artes, la confianza pasmosa de una niña que no ha crecido, la falta de imaginación que llegaba a borrar la frontera entre ficción y realidad, o bien, por el contrario, una huida obstinada al reino de la fantasía donde todo lo que quedaba fuera de sus confines perdía el sentido y la sustancia?”

Con la misma intensidad que había vivido entre libros, Sóniechka abandona completamente la lectura para entregarse en cuerpo y alma a Robert con el que no tardó en contraer matrimonio. Sóniechka, en esa vida sacrificada y pese a las penurias y a las restricciones que el régimen ruso les imponía y a los sinsabores con los que su propia familia le premiaba su abnegación, era feliz.

“La religión de Sonia, como el Antiguo Testamento, se dividía en tres libros. Sólo que en lugar de la Torá, el Neviim y el Ketuvim estaban el Primero, el Segundo y el Postre.”

Frente a esta generosidad y saber vivir de Sóniechka (la sabiduría de la hormiga, que decía su marido), Ulítskaya antepone otros dos tipos de mujer: Tania, su hija, de un carácter rebelde, volcada en los placeres sexuales y en las relaciones difíciles con los hombres, y Yasia, “de la raza de las mujercitas frágiles a las que entran ganas de poner un pedrusco en el dedo o de cubrir con un abrigo de piel su espalda aterida”, una niña a la que bien pronto le enseñaron a utilizar su belleza para conseguirlo todo de los hombres.

Una novela tan breve como deliciosa. No se la pierdan.
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