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La he ido leyendo en buena compañía y a pequeños sorbos y creo que es la mejor manera de adentrarse en este pedacito de la historia de Rusia que va de 1805 a 1812 (dejando el epílogo aparte). Tolstói nos presenta en sus páginas al desastroso de Pierre, al torturado príncipe Andrey, a la brillante Natasha, a la siempre fiel Sonia, al cascarrabias príncipe Bolkonsky y su abnegada hija María, a Helene, a Anatol, a Dolojov, a Denisov, a la Dimitrievna, a Platón, al matrimonio Rostov, a Boris, mezclados con personajes reales, como Napoleón o Kutuzov... Me parece mentira que al principio necesitara apuntarme sus nombres para no perderme, porque ahora siento que los conozco de toda la vida. Creo que lo que más me ha gustado de todo el libro es la ambientación, porque ya fuera en los salones de la nobleza rusa o en el campo de batalla, Tolstói consigue transportarte ahí con cuatro pinceladas y algunas reflexiones interesantes de propina. Esta obra tiene una parte considerable de novela, pero también de tratado histórico y filosófico. En el segundo tomo sobre todo, Tolstói se dirige a nosotros para hablarnos del determinismo histórico, y a veces se me hacía algo repetitivo. Esto es lo que menos me apasionó de la lectura. Sin embargo, es de ese tipo de obras que vale la pena ser leídas por lo que te hacen sentir. Las desgracias, la confusión y los olores de la guerra contrastan a la perfección con las intrigas, los rumores y los divertimentos de los salones. Por suerte, también tenemos hogares en los que nos sentiremos como en casa, gracias a la hospitalidad de algunas familias, y también habrá momentos de tensión que nos cortarán la respiración. Imágenes poderosas, búsquedas continuas de identidad, personajes que cambian de opinión, vida y muerte... Ha sido como asomarse a una ventana en la que había todo esto y más. Así he visto yo Guerra y paz. |
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