Cantar de los Cantares

No pueden apagar el amor
ríos ni océanos

La curva de tus muslos parece
tallada por manos de orfebres;
tu vientre es la luna,
una copa de vino,
un campo rubio
flanqueado de hierba.
Tus pechos son
dos cabritos mellizos.
Tu cuello es una
columna de marfil,
tus ojos son estanques
en los que brilla el sol,
tu rostro es delicado
como la torre del Líbano;
llevas tu cabeza erguida
como el Carmelo,
tu cabello tiene el brillo
de la púrpura,
y tienes a un rey
atado a tus trenzas.

Ya me he quitado la túnica,
¿volver a vestirla?
Ya me he lavado los pies,
¿volver a calzarme?
Mi amado apoya su mano
en la hendedura
y se me estremecen
las entrañas.
Por mis manos corren
jugos exquisitos.

Me levanto a abrirle
pero ya no está.
Mi alma sale tras de él,
lo busco y se ha marchado,
lo llamo y no responde.
Sueño que me encuentran
los guardias de la ciudad,
que me golpean, me hieren y
me quitan el manto
los centinelas de las murallas.

Oh, hijas de Jerusalén,
os conjuro:
Si encontráis a mi amado decidle
que desfallezco de amor.

Voy hacia ti hermana,
esposa, huerto mío,
a empaparme de fragancias,
a comer de la miel,
a beber leche y vino.
También tú, amiga, come, bebe
y embriágate de amor.

Como un manzano entre
arbustos silvestres
es entre los jóvenes mi amado.

Llévame contigo;
corramos a tu alcoba y
gocémonos con alegría..
Evocar tus caricias embriaga
más que el vino.

Bésame con besos de tu boca
que tus amores son mejores
que el vino;
que el aliento de tu cuerpo
me embriaga
y pronunciar tu nombre
despierta fragancias
que lo impregnan todo