Isla partida

A la lectura de Isla partida hay que entrar dejándose llevar, porque no es un relato con una estructura al uso. Es un texto fragmentado, hecho de retales, de voces y de imágenes que, con una voz muy lírica, dejan entrever una historia que no tiene principio ni final, que camina en círculos, que vuelve sobre si misma, que recorre varias veces los mismos pasos, aunque de diferentes maneras.

En Isla Partida seguimos a una mujer que sufre una enfermedad neurológica que convierte su realidad en algo fragmentado, al mismo tiempo que pasa el duelo por la muerte de su madre. La sentimos sufrir por la incapacidad de estar en el presente, por sentirse en varios sitios a la vez. La sentimos sufrir por la enfermedad, por las palabras no dichas, por la partida de la figura materna, por la ausencia. Sentimos cómo se encierra en el silencio, como quiere salir de sí misma (y como, de hecho, lo hace). Cómo huye, se escapa a una isla, se disecciona, se disocia, se divide. Se ve a sí misma marchar, alejarse. Se ve desaparecer. Y desaparecemos con ella en el relato, porque no sabemos qué pasa con el lenguaje. Porque las palabras nos llevan con ella, pero no nos explican lo que sucede. Más bien dejan que lo sintamos, que lo intuyamos.

Isla partida es un libro bello, que, a través del dolor del lenguaje, de su fracturación, su reverberación, su aparente falta de sentido, es capaz de transmitir el dolor de la narradora, su propia desintegración. Su mente se fractura y, al mismo tiempo, su lengua se fractura. Es un libro para dejarse ir, para intentar ver la realidad como la ve su protagonista y para deleitarse con un texto que intenta captar esa fracturación. A veces es confuso, pero al terminar yo me he quedado con la sensación de haber leído algo bello y doloroso a la vez, algo cercano a la poesía, algo que reverbera en mi cabeza. ❤