Las carreras de Escorpio

Este libro es magia, es caballos y es océano.
Es comprenderse, es conocerse y es descubrir lo que el alma quiere.
Maggie es simplemente arte. En todas las acepciones de la palabra. Y leer una de sus historias es estar dispuesto a verte hechizado por sus palabras, que jueguen con tus sentimientos como si fuesen un mero juguete y creer en la magia. Una y otra vez.

Las carreras de Escorpio han hecho estrasgos dentro de mí, me ha provocado tantísimas emociones que ni sé si puedo describirlas, me ha hecho enamorarme del océano y a la vez temerlo, me ha hecho querer tantísimo a los protagonistas de esta historia que no me veo capaz de soltarlos, aun habiendo acabado el libro hace horas.

La novela apenas tiene acción, pero engancha, engancha muchísimo ver cómo avanzar Puck y Sean, ver cómo, sin darse cuenta, se convierten en una piedra de apoyo el uno para el otro, ver cómo crecen como personas, como enfrentan sus miedos y como deciden vivir.
Y gracias a la pluma de Maggie los convierte en magia, aunque la fantasía sea suave, aunque apenas se entremezclen criaturas mitológicas que ella misma ha modificado para su historia, y los personajes parezcan reales, parezca que se clavan en tu interior y juegan con los diferentes matices de gris.

Así es como he visto esta historia: gris. Si fuese una película, habría constantes nubarrones grises sobre los cielos y un ambiente melancólico, coloreado de azul. Y, lejos de ser una historia apagada y sin colores, los personajes nos muestran los distintos tonos de gris, muestran sus vidas abiertos en canal para los lectores, los conocemos con cuidado, porque son frágiles por dentro aunque la coraza los muestre fríos por fuera. Pero a su vez vislumbramos la valentía que hay en sus actos, que crecen con cada día que avanzan en sus metas, y de pronto el lector se convierte en ellos y ellos se convierten en el lector, y apenas puedes descubrir donde empieza uno y acaba el otro, porque sufres su dolor y la esperanza no se marchita...

Esta historia ha calado tan hondo en mí que sé que necesito releerlo en papel, para poder subrayar todas las frases que me han tocado, para rellenar sus márgenes de anotaciones y de poder abrazarme al libro cuando vuelva a terminarlo, cuando vuelva a romperme una vez más.