Amor sin fin

Temo no ser capaz de expresar lo que me hizo sentir este novelón que me enganchó no solo por la historia, sino por cómo está escrita. Un clásico moderno de 1979, con dos adaptaciones al cine, recuperado en España este año.

Un reto: lee el primer capítulo. Si eres capaz de dejarlo ahí, por favor dime cómo lo has conseguido. Porque es uno de los mejores inicios que recuerdo. Puro fuego (no sólo metafórico).

Hablar de “Amor sin fin” como novela de amor juvenil es quedarse en la superficie. El narrador, David Axelrod, cuenta un período de su vida marcado por una obsesión adictiva hacia Jasper (y por extensión, toda su familia). David es imprevisible, una fuerza incontrolable y destructora. Es como una mecha que prende sus vidas y les obliga a replantearse decisiones y a actuar de maneras viscerales.

Confieso que no esperaba tal profundidad psicológica y compejidad emocional. La mayor parte del libro ni siquiera relata una relación amorosa, sino que se centra en otros temas: inestabilidad familiar, enfermedad mental, insatisfacción personal, crisis de mediana edad, fracaso matrimonial o violencia intrafamiliar. También hay piquetes comunistas, hospitales psiquiátricos, comunas hippies, drogas, amor libre, bisexualidad. Uno de los personajes más deslumbrantes es la madre de Jasper, cuya forma de ver la vida y su relación con David te fascinará.

¿Y qué decir de las escenas de sexo? No son demasiadas, pero cuando aparecen son salvajes, explícitas, viscosas, desacomplejadas, gráficas y largas hasta la extenuación. Un fiel y necesario reflejo de la extrema relación de David y Jasper.

Un único pero: el tramo final no es tan potente como el resto, pero era muy difícil mantener el nivel.

El brillante trabajo de la traductora Inmaculada Pérez merece mi admirado reconocimiento, porque ha provocado que leer el libro no solo sea una experiencia adictiva por su trama, sino un deleite ante la belleza del texto.

No me queda otra que recomendar fervientemente “Amor sin fin”.