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Esta novela es realmente interesante. Para aquellos que desconozcan historia de Japón, puede que se lleguen a perder, sin embargo, no es necesario saber mucho, sólo ubicar el periodo Meiji y su relevancia para el país, que en este caso es que se abrió a la cultura occidental y entró no sólo la moda de Europa, sino también su filosofía: la ilustración. Durante el relato somos conducidos por el Gato (carente de nombre) a través de de una satírica crítica al Japón de la era Meiji: desde las cosas más banales, como la moda o los trabajos, hasta temas de gran densidad como la filosofía y la percepción de la vida, la muerte y el sentido de la vida son abordadas. Todo desde la mirada de un gato ¿Y cómo es esta mirada? Como la de todos los gatos: arrogante, misantrópica, simplista, pero, de alguna manera, encantadora. El Gato es testigo no de toda la sociedad nipona, sino de una pequeño sector (su vecindario) donde habitan la más variopinta cantidad de personajes: empresarios acaudalados, personas bien acomodadas, ladrones, médicos, maestros de literatura, lengua y (pseudo)filósofos. Cada persona que aparece nos recordará, indefectiblemente, a alguien que conozcamos, pues las andadas del Gato nos hacen compenetrar con todos. Al que me encantaría destacar son los monólogos gatunos: pueden ir desde lo más arrogante como la divinidad de su cola hasta lo más banal, como la desnudez humana, y lo más profundo, como lo es el sentido de la vida, la muerte y el futuro de Japón después de su occidentalización (que es básicamente el último capítulo). El Gato atestigua todo un sin fin de diálogos y les suma sus aportaciones que, de cierta manera, nos ayudan a ampliar nuestro panorama sobre la vida. Me atrevo a decir que incluso se predice parte de nuestro tiempo; puede ser que la obra haya sido escrita para el futuro de Japón, pero el grado de esta obra llegó a tal punto que nos profetizó a occidente también: aspectos como la crisis social, la arrogancia de los empresarios modernos, la angustia por la muerte: por lo menos yo, siento que Soseki no tiene nada que envidiarle al existencialismo de Sartre. Una obra maravillosa, densa, pero cuyo valor se puede disfrutar en nuestro pleno siglo XXI. |
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