La montaña parece quieta pero en realidad respira. Llora cuando muere uno de sus hijos, y el agua baja hacia el río arrastrando las hojas y el llanto. La montaña ruge algunas noches, cuando las nubes se enredan en su cabeza y se niegan a marcharse. Grita para espantar la lluvia que no cesa, para vestirse de sol y de sombras hasta que llegue la nieve y la cubra como a una novia que camina hacia el altar de la mano del invierno. La montaña protege a los niños de la vida de fuera pero no del destino. Los acuna entre sus valles y los aísla de una existencia rápida y lúgubre. Los lleva por estaciones tardías y los deposita a los pies de las mujeres de agua. Y después los deja viviendo allí, o viviendo lejos, con la vista puesta en el ayer y en todo lo que la montaña calló. Este libro es amor y poesía. Es un canto al pasado en el que perderse hasta que llegue el mañana. Cantad, queridos. La montaña bailará. |