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De tigres y gacelas, de Ginés Sánchez, se presenta como una apuesta trepidante y llena de acción. Sin embargo, la realidad dista mucho de la expectativa. La novela se ahoga en una narrativa que pretende ser ágil, directa y coloquial y que cae en la trampa de la pobreza expresiva a base de frases cortas que no tienen el poder efectista esperado. Rocío parece la protagonista. En primera persona, se regodea en su desgracia, cuenta y recuenta sus circunstancias, quién era y cómo perdió todo lo que creía tener. Detalles que no van a ninguna parte, porque tampoco explica mucho más de la chica después de haberle dedicado una buena parte de la novela, al igual que a Tania, la marchante de arte que aparece en el segundo tramo y que explica, esta vez en segunda persona (habla con la esposa de su amante), otra película que no parece tener nada que ver con la anterior y que, de hecho, no la tiene… o el hilo con que el autor pretende unir ambas historias no es demasiado fuerte. La tercera parte, en tercera persona, instala como protagonista a un personaje que aparece de manera fugaz en la parte de Rocío y, con un exceso de páginas que no sabría concretar, pero que son muchas, remata un final poco convincente y que viene a confirmar las sospechas de que el autor busca crear una falsa sensación de originalidad y que, de cuatrocientas y pico páginas, la mayoría son prescindibles. Una decepción. |
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