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No sé si existe la edad de la ilusión, la de la resignación o la del desconsuelo. No sé tampoco si, de existir, podrían acotarse de manera tajante o tendríamos que puntualizar, con cientos de asteriscos, cada una de sus excepciones. Lo cierto es que no sé cuál es la edad para cada cosa, yo he vivido siempre un poco a mi aire. Lo que sí entiendo es la manera que tiene Jane Smiley de contar la vida contando simplemente eso: la vida. Los despertares, los desayunos, el trabajo, la casa, los hijos, el matrimonio. Y cómo sabe sacar brillo a cada situación normal, tan normal que no podemos sino darle mil vueltas y pensar en lo que está pasando, buscar una explicación, poner la venda antes de que la herida empiece a sangrar y no tengamos armas para frenar la hemorragia. Porque si algo tiene la vida, es que uno se acostumbra a todo, incluso a dejar de darle importancia a cosas que realmente la tienen. Y también tiene, en un intento de zarandearnos, momentos en los que no nos queda más remedio que volver atrás, repasar lo que hemos vivido y preguntarnos si lo que queda por delante será igual. Preguntarnos esperando la respuesta del otro. Aunque tarde demasiado en llegar. |
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