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Finlandia se ha convertido en una República Eusístocrática en la que los individuos se seleccionan desde la niñez para tener ciertas funciones en la sociedad. Vanna es una eloi atípica. En su interior reina la insatisfacción, la curiosidad, el anhelo de hacer otras cosas más allá de aquellas que le tiene reservadas el Gobierno. “Una eloi no sabe distinguir siempre entre lo que está bien y lo que está mal. Basa su conducta en asociaciones y caprichos, lo que significa que es tan simple que si una conducta conlleva unas consecuencias placenteras, la repetirá. Por otra parte, si una conducta puede aparejar consecuencias desagradables, la evitará”. Vanna es adicta a la guindilla (no volveréis a pensar en ese condimento igual tras leer este libro) y tiene una cualidad que se despliega a través de la narración haciendo su lectura toda una delicia, sufre de sinestesia. “Los sentimientos que brotaban de Jare eran tan complejos que ni siquiera era capaz de distinguir la diferencia entre los olores. Noté el agrio y cítrico del miedo y de la preocupación, también el olor ahumado de la sorpresa y, a veces, un atisbo de lavanda y romero con matices afrutados de manzana”. Vanna sufre por la pérdida de la gente que quiere y eso la lleva a un sótano oscuro. “Era como si, en mi interior, un pequeño sol se hubiese convertido en un agujero negro, derretido la materia gris de mi cabeza y formado un camino hacia una estancia en algún lugar al otro lado. Se había creado una cavidad de paredes lisas, una caverna abierta y resonante en la que vivía algo más oscuro que el espacio que separa las estrellas. La oscuridad del Sótano estaba viva y la muerte era su fuente de poder. Las aguas negras se agitaban en su fondo y empezaban a subir”. Guindillas, represión, sectas, una desaparición, tráfico de sustancias… un cóctel espectacular para un debut que recuerda a El cuento de la criada y que ha pasado injustamente desapercibido en mi opinión. Os lo recomiendo un montón. |
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