Frankenstein o el moderno Prometeo

Frankenstein es uno de los mejores libros que se ha escrito nunca y, por mucho que me empeñe en desvelar sus virtudes, su trascendencia, su capacidad de renovar un género hasta llevarlo a la modernidad o su capacidad de diseccionar los terribles y tortuosos diseños que contemplan el alma humana, mis palabras quedarán siempre lejos de poder acercarse a la experiencia de leerlo.
Así que solo me queda apelar a las sensaciones que uno siente al adentrarse en la obra de Wollstonecraft. Y eso me lleva a un abismo silencioso en el que quieres gritar y gritar las virtudes que tiene una obra que contempla este enfrentamiento de dimensiones universales.
El monstruo y Frankenstein son dos seres complementarios que abarcan la virtudes y los vicios del alma humana. Desde el entusiasmo por el conocimiento, la ambición desmesurada, la necesidad de adentrarse en terrenos prohibidos cuyo acceso es inalcanzable y la tenacidad de bordear las prohibiciones ignorando las consecuencias de sus actos hasta la hermosa inocencia del alma que tan solo busca la felicidad, la necesidad de encontrar el apego y el cariño ante tus semejantes o la lucha por acercarte en tu entorno a un igual a ti que te distancie de las bestias.
El monstruo estremece tras leer el paraíso perdido y sentir como su creador ha rechazado a su criatura, sintiendo un desprecio original tan injusto como tormentoso. Si tu propio padre te rechaza como vas a poder exigirle comprensión al resto de una humanidad que te verá extraño, diferente, aterrador.
Y es que una de las claves que invitan a leer una y otra vez esta historia es la de conocer de la propia voz del monstruo su tormento, su desgracia y su incomprensión hacia un mundo que lo rechaza por su abominación. El monstruo cultiva su amor por la virtud, por acercarse a toda aroma de la bondad, del amor, de sentarse frente al fuego a admirar el calor propio que desprende la amistad. Pero todas esas sensaciones no consiguen esquivar su estremecedora presencia, el miedo a lo desconocido, el más puro y humano terror.
Con ese tormento incrustado en el alma, vaga hasta encontrar a la única persona capaz de paliar su sufrimiento. Pero su creador arrastra tras de sí sus propios pecados, su blasfemia, su sentimiento de culpabilidad por haber atraído la desgracia a su alrededor.
Un enfrentamiento así entre estos dos personajes, entre dos seres quebrados, que han perdido cualquier atisbo de esperanza no cesará hasta sus últimas consecuencias, aun sabiendo que el uno no sera nada sin el otro y su fatal encuentro será inevitable.
Esta novela consigue estremecer el alma a quienes aún creen en ella. Hay quien dice que no da miedo y que, ni siquiera es una novela de terror. Yo siento los truenos y veo como se ilumina el horizonte. Y allí, siempre veo una sombra.