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Dolor es un nombre, varios vínculos que se rompen, un fruto que se pudre antes de poder terminar de comerlo. Dolor es estar en la medianía de la vida y no saber si retroceder y tropezar o continuar con el cuerpo aterido en busca del rubor que nunca se supo si existió. Dolor es todo lo que rodea la vida de Iris, la protagonista de la novela. Dolor es la historia de una familia que inevitablemente se resquebraja tras un atentado terrorista, pero no es una crónica de los motivos de esa violencia servil e impredecible; sino el relato de cómo cada fragmento se sobrevivió a sí mismo y qué partes son las que no pudieron reconstruirse. En lo que a primera vista podría parecer otro drama más, encontramos una intensidad en la novela que nos hará reflexionar sobre cada uno de los niveles (tanto pisos como sótanos) que constituyen el edificio de nuestro existir. Iris se apoya con pasión en ese dolor para avanzar por el antes y el después, y es en los oscuros límites del enamoramiento donde empezarán a tambalearse los aparentes pilares de la seguridad y la comodidad. Si leemos la contraportada del libro, en comparación con lo que he dicho hasta el momento, es cierto que omito muchos detalles sobre el argumento, pero no soy partidaria de que me marquen el camino que debo seguir cuando leo; porque es en las sombras que vas atravesando al girar la esquina de cada página donde la novela se expande y nos muestra toda su belleza, como una flor que a cámara lenta abre sus delicados pétalos. Uno de los puntos positivos es precisamente que, conforme más se lee, más empapados estaremos de ese dolor brillante, a veces incluso empalagoso y retorcido. Uno de los puntos no tan positivos es que, cuando crees que algo está a punto de eclosionar, el dolor se detiene y la crueldad del punto final resulta inquietante. Hay dolores que quizá es mejor no cuestionar si no tenemos las palabras que los curen. Enlace: https://www.instagram.com/p/.. |
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