Mundus novus

Dentro de cada historiador habita un ser malvado que le incita a interpretar los documentos según le venga el aire. No pueden evitarlo.

Carlos Serrano no escapa a ello. Pretender dar más importancia a Alfonso como tercero de Cantabria que como Alfonso I de Asturias es amar en exceso a su tierra.

Mundus Novus es una novela llena de muy buenas intenciones a la que hay que echarle ganas.
Pero como de este oscuro periodo de la alta edad media existe tan escasa literatura, se le echan.

La atractiva idea de hilvanar el Apocalypsis de San Juan con el nacimiento del reino de Asturias se ve empañada por los ruidos que el propio autor es incapaz de limpiar.
Más bien parece que en lugar de trompetas los angelitos del buen Juan tocan panderetas.

¿ Dónde estamos?

Siglo VIII, unos 30 años después de que Pelayo "iniciara" la reconquista desde su cueva. La España goda ha sido tomada casi por completo por diversos grupos musulmanes. Nace un mundo nuevo. Al-Ándalus.

Los nuevos propietarios del cortijo, con su califato en Córdoba, una vez conseguido que todo el mundo rece mirando a La Meca, empiezan a pelearse entre ellos. Vamos, como los cristianos pero con distinto profeta.

¿ Todo el mundo? No. Allá en los picos de Europa resisten unos salvajes, rudos, poco higiénicos, testarudos y jodidamente épicos.
¿ Son Astures o Cántabros? Mejor no meterse en este charco. Tengo mi teoría, claro, y amigos que mantener.

Pese a que todo esto, así contado, huele a gloria bendita, Carlos Serrano se mete en una frondosa selva argumental casi impracticable.

Primero porque no hay cristo que se aclare con los nombres de los lugares, escritos en tres idiomas distintos.

Después, por la coralidad de los personajes, que parecen seguir un orden de inspiración divina, más que de orden lógico de sucesos.

Y finalmente porque su estilo narrativo es áspero, eterno, aburrido. No es buen recurso andar oliendo flores cada dos por tres, o, lo que lo mismo, ralentizar el ritmo con descripciones que no vienen al caso. Eso solo a los rusos les sale bien.

Tras arrastrarme por sus páginas llego al tramo final donde el ritmo acelera y la novela se lee sola. Y cuando estoy al borde de ese placentero orgasmo literario va Carlitos y no es que no cierre la trama de algunos personajes importantes sino que se olvida de ellos.

Pese al letargo en el que algunas veces caí, como amante de la historia reconozco que la obra aporta algo de luz a las sombras de los primeros años de reconquista, y que el autor reivindica unos hechos mucho más importantes que por desgracia han trascendido menos que los de Pelayo, suegro del Alfonso que nos ocupa.

El suegro resistió un ataque en una cueva, si, pero el yerno salió de las montañas para reconquistar tierras como Segovia, Palencia o Lugo. Juzguen ustedes.

En resumen, una novela histórica sufrida y disfrutada a partes iguales a la que le doy un notable bajo por su exhaustiva documentación y porque vaya usted a saber, le tengo fe al autor en futuros escritos.