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Leer un clásico de hace veinte siglos puede ser todo un reto o una experiencia satisfactoria. En el caso de esta obra del filósofo Séneca, ha sido más lo segundo. Resulta verdaderamente interesante comprobar, al leer una obra como esta, por qué es un clásico y se sigue publicando: porque reflexiona sobre lo esencial del ser humano, sobre sus sentimientos y pasiones, sobre su actitud en la sociedad. Y por eso un texto como este no caduca, sino todo lo contrario: ilumina y da pistas también al hombre y a la mujer de hoy. Séneca no fue un modelo perfecto de persona, y más allá de la lucidez de sus escritos, también hay algunas sombras en su vida. En la presentación del libro nos lo dejan claro. Pero creo que esa incoherencia personal (el que esté libre de pecado...) no le resta valor a su reflexión sobre la ira, que es la que ocupa la parte principal del libro. Un repaso a fondo sobre esa pasión que todos experimentamos, que nunca logramos dominar, pero que como un torrente o un río necesitamos encauzar. El filósofo cordobés va desmontando los diferentes argumentos que pueden justificar o disculpar la ira, o incluso las razones por las cuales se la asocia con la lucha por la justicia. al final del libro nos queda claro por qué la ira no nos conduce a nada bueno. Porque la ira es hermana de la venganza, no de la justicia. Amiga de la cólera, no de la razón. Destaco también algunas reflexiones que va dejando Séneca sobre la educación de los niños, para evitar que caigan en la ira y no se dejen llevar por las bajas pasiones. Sin duda, una obra sugerente y de mucha actualidad. Y en la edición de Alma, siempre cuidadísima, se lee con más gusto todavía. |
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