Tengo que fabricar vida con tanta muerte y la mejor manera de conseguirlo es la escritura.
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Tengo que fabricar vida con tanta muerte y la mejor manera de conseguirlo es la escritura.
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¿Por qué hay Ser y no más bien nada: este planteamiento siempre me ha parecido positivamente insensato. Es decir, no sólo carente de sentido, sino también de cualquier posibilidad de producirlo. El olvido del planteamiento del Ser es, en efecto, la condición misma del nacimiento de un pensamiento del mundo, de la historicidad del ser-en-el mundo del hombre.
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Me pregunté qué pensarían de esta guerra esos negros americanos tan numerosos en las formaciones de asalto al III Ejército, qué es lo que tendrían que decir de la guerra contra el fascismo. En cierto modo era la guerra lo que los convertía en ciudadanos de pleno derecho. Legalmente, al menos, aunque no siempre en los hechos cotidianos de su vida militar, sin embargo, cualquiera que fuera su situación social de procedencia, la humildad de su condición, la humillación abierta o solapada a la que les exponía el color de su piel, el reclutamiento los había convertido potencialmente en ciudadanos con igualdad de derechos. Como si el matar les diera el derecho de ser por fin libres.
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Extraño olor, en verdad obsesivo. Bastaría con cerrar los ojos, aún hoy. Bastaría no con un esfuerzo, sino todo lo contrario, bastaría con una distracción de la memoria, atiborrada de futilidades, de dichas insignificantes, para que reapareciera. Bastaría con con distraerse de la opacidad irisada de las cosas de la vida. Un breve momento bastaría, en cualquier momento. Distraerse de uno mismo, de la existencia que habita en uno, que se apodera de uno de forma obstinada y también obtusa: oscuro deseo de seguir existiendo, de perseverar en esa obstinación, cualquiera que sea su razón, su sinrazón. Bastaría con con un instante de auténtica distracción del propio ser, del prójimo, del mundo: instante de no- deseo, de quietud de más acá de la vida, en el que podría aflorar la verdad de ese acontecimiento antiguo, originario, donde flotaría el extraño olor sobre la colina de Ettersberg, patria extranjera a la que siempre acabo volviendo. Bastaría con un instante, cualquiera, al azar, de improviso, por sorpresa, a botepronto. O bien, todo lo contrario, con una decisión largamente madurada. El extraño olor surgiría en el acto de la realidad de la memoria. Renacería en él, moriría por revivir en él. Me abriría, permeable, al olor a limo de ese estuario de muerte, mareante.
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Son considerados los padres de la filosofía occidental: