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Crítica de mifuga


mifuga
02 February 2024
Napoleone Buonaparte (1769-1821) fue, quizá, el mayor crush -que diría mi hijo-, de mi primera infancia. Repasaba, una y otra vez, sus batallas en los volúmenes gastados de Reportajes de la Historia y dibujaba de manera obsesiva los diferentes cuadros a través de los que su imagen ha llegado a nosotros. No me importaba que mi abuelo me recriminara mi gusto por los tiranos o que, en todas las descripciones, lo pintaran como un misógino de bolsillo.

Napoleón. Una vida entre jardines y sombras (Shacketon Books, 2022), de Ruth Scurr va más allá de la figura bélica, política o poderosa, nos muestra a un hombre que amaba la naturaleza y trabajar en un jardín - en distintos jardines a lo largo de su existencia-, que aportaron luces y sombras a su vida revolucionaria.

Desde la pequeña parcela que le fue entregada al hijo de Carlo di Buonaparte y Letizia Ramolino en la escuela militar de Brienne-le-Château, pasando por la Revolución francesa hasta llegar a autoproclamarse Emperador. Siempre rodeado de jardines, como el de Malmaison, la casa adquirida por Josefina, antes de que su esposo regresara de Egipto. Y de mujeres, tanto amantes, como oficiales.

La siempre fascinante Marie Joséphine Rose Tascher de la Pagerie (1763-1814), de familia criolla, con esclavos y plantación de azúcar en Martinica, había contraído matrimonio con Alexandre de Beauharnais, con quien tuvo dos hijos, Eugène y Hortensia. Arrestados durante el período de terror revolucionario, Alexandre fue guillotinado cinco días antes que Robespierre. Nada de esto supuso un obstáculo para Bonaparte, al que siempre encendió su deseo, a pesar de llegar al divorcio, puesto que ella no podía darle un heredero.

Jardines también los de Elba y Santa Elena, este último, el jardín definitivo. El hombre que, según Freud, poseía el sueño inalterable, llevaba sin dormir desde Waterloo. A pesar de continuar los menús copiosos servidos en vajillas de Sèvres decoradas con escenas de su campaña egipcia, Napoleón era consciente de que el final se acercaba. Dictó sus memorias y utilizó por última vez su chaqueta de mahón, las chinelas rojas y el sombrero de paja de ala ancha. Volvería el bicornio de Poupard et Delaunay, símbolo de su leyenda, para acompañarle en su viaje hacia la posteridad.

🌿«Cuanto ha de pasar está escrito. Nuestra hora está marcada y no está en nuestra mano arrancarle al tiempo una porción que nos niega la naturaleza».
Enlace: https://www.instagram.com/mi..
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