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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
Ya conocen el argumento, ahora les contaré de qué va.

“No sabemos que nos morimos, pero tampoco nos damos cuenta de que estamos vivos.” George Saunders

Empezaré por una advertencia: huyan como almas que lleva el diablo si no están preparados para leer un artificio con 166 personajes de diverso pelaje y condición que interactúan sin narrador durante una sola noche en una novela filosófica que está repleta de citas reales e inventadas y muchas veces contradictorias, organizadas en 108 capítulos en los que no es raro encontrar una única frase o un solitario párrafo de pocas líneas. Tampoco sería un error imperdonable, en el fondo Saunders no dice nada que no se haya repetido millones de veces y sus recetas de vida pecan de trivialidad, y, sin embargo, las pone en un contexto tan especial y las expone de una forma tan original que hace de todo ello un artefacto verdaderamente atractivo.

Otro punto que quiero dejar claro desde el principio es que esta novela no tiene como objetivo la figura de Abraham Lincoln, ni siquiera la de su hijo Willie, el Lincoln del título. Saunders toma a ambos únicamente como punto de partida para, digámoslo ya, advertirnos que la vida es todo lo que poseemos pero que ésta es un regalo envenenado por absurda, irremediablemente trágica y sujeta a contradicciones difícilmente superables. ¿Por qué Lincoln? El presidente fue alguien inmerso en una guerra que ejemplifica las eternas e insoslayables luchas humanas, fue y es objeto de controversia y padeció posiblemente el mayor golpe que puede sufrir el ser humano: la muerte de un hijo de corta edad.

“Trampa. Trampa horrible. Se prepara al nacer uno. Ha de llegar un día final. En que necesitarás salir de tu cuerpo. Eso ya es malo de por sí. Y luego encima traemos aquí a un bebé. Se amplían los términos de la trampa. Ese bebé también tiene que marcharse. Todos los placeres deberían quedar contaminados por ese conocimiento. Pero con lo optimistas que somos, nos olvidamos.”

Sí, estamos frágilmente preparados para lidiar con el horror, con la muerte de aquellos a quienes amamos y con nuestra muerte segura. Con mucha dificultad, podemos bregar con ello, conseguir, en cierto modo, olvidarnos de ello, pero este olvido, necesario quizás para poder seguir viviendo, lleva aparejado otro no menos importante: en ausencia de padecimientos, apenas somos conscientes de que estamos vivos y simplemente nos dejamos ir, sin objetivos, sin valorar lo que tenemos y a quien tenemos.

Saunders nos diagnostica un infantilismo incurable que nos hace ser egocéntricos y posesivos, impacientes y cortos de miras, que nos avoca al hedonismo egoísta, a la intolerancia, al arrebato incontrolable y a una necesidad patológica de protección y trascendencia. Nuestras debilidades, nuestro miedo a la muerte propia y ajena, nos apremian a la incesante labor de construir fantasías que nos consuelen de nuestros padecimientos, nos respalden en todos nuestros actos y deseos, nos garanticen la inmortalidad y nos alivien de nuestra sed de justicia y comprensión.

Pero que nadie se me asuste. Saunders sabe envolver toda esta metafísica en una novela divertida, sorprendente y hasta desconcertante en ocasiones. Saunders odia aburrir, es original, le gusta jugar con el lector, ponerle un espejo delante de los ojos, enfrentarle a dilemas éticos, y todo ello a través de la exageración, lo excéntrico, la distorsión de la cotidianidad; no evita la ternura ni hace ascos al humor incluso en los peores momentos, la muerte sin ir más lejos o, como en este caso, yendo muy lejos, al más allá.

Ya avisé al inicio del comentario que lo que temáticamente nos traía aquí Saunders no era muy original, pero también avisé de algo mucho peor, al menos mucho peor para mí, y este es un aspecto que ya le critiqué al comentar su colección de cuentos “Diez de diciembre”. Allí decía, y perdonen que me auto-cite, que “La literatura de ficción es un fantástico mecanismo de plantear preguntas, pero es mucho más deficiente a la hora de responderlas y, en mi opinión, es algo que redunda en perjuicio de la misma… Saunders se posiciona de forma demasiado explícita y eso hace que sus cuentos se me hagan más pequeñitos de lo que pudieran haber sido.”

Y eso es lo que vuelve hacer aquí el autor. Saunders nos envía un sencillo mensaje: usen sus vidas, únanlas a las de otros y hagan de ellas algo útil para los demás y así harán de sus vidas algo gratificante para ustedes; actúen siempre de acuerdo con sus principios siendo consciente de sus contradicciones pero sin que estas se conviertan en un obstáculo; no sean indulgentes con los pecados propios ni eludan sus responsabilidades y procuren aliviar en todo lo que puedan la tristeza de los demás, seres tan necesitados de compasión como ustedes mismos.

“Todo el mundo sufría tristeza o la había sufrido o la sufriría pronto... habría que hacer lo posible por aligerar la carga de aquellos con quienes uno entra en contacto; de que su actual estado de tristeza no era exclusivamente suyo, ni mucho menos, sino que la misma aflicción la sentían, y seguirían sintiéndola, montones de personas más, en todas las épocas, en todo momento...teníamos que intentar vernos los unos a los otros así... Y, sin embargo... Y, sin embargo... Estaba en plena lucha. Y aunque sus oponentes también eran seres limitados que sufrían, él debía... Aniquilarlos. Matarlos y negarles el sustento y meterlos a la fuerza de vuelta en el redil”

Y no es que no sea verdad, es que no es, ni con mucho, toda la verdad.

Y aun así, la novela tiene para mí el aroma de la libertad, de lo grotescamente tierno, de lo afectuosamente horrible, de novelas como El maestro y Margarita o El plantador de tabaco.
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