La náusea

La Náusea representa el existencialismo puro desde una aplicación absurdista (razón de la relación abstrusa del autor con Camus) en un intento de expresar narrativamente la súbita sensación de desrealización propia de la introducción a esta doctrina. Con tintes neuróticos, Ronquentin, protagonista intrapersonal y esquizoide, trata de comprender y sobrellevar una constante terrible sensación de hostilidad hacia la con(s)ciencia de estar de más en un mundo de objetos inanimados y orgánicos que se ignoran mutuamente, y que también sobran, pero no podrían encajar de otra manera. Cuando habla sobre el sentido de la presencia, alude a la Segunda Ley de la Termodinámica: existe porque es caótico, aunque precisamente por ello es considerado imperfecto dentro de su necesidad. En su única relación romántica hace referencia a la delgada línea entre el amor duro y el unilateral. El sentimiento de dependencia hacia el sentimiento de pertenencia, más que a la persona en la cual recae ese afecto neblino y a la cual poco le afecta. Se proclama ajeno al humanismo por juzgarlo como un comienzo de misantropía (hay que odiarlo para poder amarlo); crea situaciones catastrofistas a partir de nimiedades; le sobrepasa la rutina porque le recuerda a la imprevisibilidad. El lector medio puede que confunda el carácter observador propio de mentes introspectivas con un excesivo uso de descripciones fútiles, por lo que tal vez debería comenzar a estudiar las puertas que abre Huxley antes de acomodarse en la estancia que ofrece Sartre, de lo contrario se tomará como una sala de espera interminable sin percatarse de que es él quien le adjudica el adjetivo al no haber concertado cita.