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Crítica de Paolaq


Paolaq
12 October 2021
Hace tres meses que terminé de leer El invencible verano de Liliana, y hasta hoy no deja de llegarme el recuerdo de ese mundo familiar al que este libro nos abre la puerta. No dejo de querer estar ahí, conviviendo con Liliana, acompañándola, porque junto a la narradora, junto a la autora renombrada y fundamental de las letras mexicanas que es Cristina Rivera Garza, el lector se siente parte de la familia, se suma al duelo de una hermana, de una amiga, de una hija, se vive Liliana. Así de entrañable es la narración, así de fuerte la historia.
Cuando supe de su publicación, tuve el impulso de correr a comprar el libro, porque desde que leí Nadie me verá llorar no hay texto de Rivera Garza que no me emocione. Cuando por fin lo tuve en mis manos, empecé a leerlo. Pero en la página 10 me detuve, para retomarlo horas más tarde y llegar a la 20. Y volví a dejarlo, porque no estaba lista para el dolor que se advierte desde sus primeras palabras. La intensidad del duelo que hay en esta narración, la culpa de la sobreviviente, me era una historia tan cercana que tuve que abandonar la lectura por algún tiempo, porque no iba a digerirlo tan fácilmente. Hasta que me sentí lista y pude sobreponerme a mi propia emoción para retomar el libro y no dejarlo más.
Ésta es la historia de Liliana Rivera Garza, una estudiante de arquitectura, que el 16 de julio de 1990, a los 20 años de edad, fue víctima de feminicidio, cuando todavía ni siquiera esa palabra-delito se había incorporado al Código Penal. Tras 30 años de posponerlo, Cristina abrió las cajas con sus pertenencias, y resultado de ese reconocimiento de Liliana es este relato.
La novela nos presenta a Liliana y su contexto familiar; su personalidad jovial, llena de vitalidad, amorosa con sus amigos, solidaria con sus allegados. Como el trabajo de un arqueólogo que reconstruye los vestigios de una vida, la narradora nos invita a leer las cartas que Liliana intercambió con sus amigos, con sus novios, su diario, sus notas, en un afán por documentar la vida de su hermana y descubrir, si las hay, huellas que expliquen cómo entró en ese laberinto de violencia.
La narración nos adentra en la vida de la joven, la vemos enamorarse, viajar, consolar a sus amigas y sostener una relación de la que es cautiva por varios años y de la que no pudo salir. La sentimos tan cerca que, aunque sepamos desde el principio que nos acercamos al relato de su asesinato, queremos aferrarnos a esa vida que canta, que sueña, que construye. Queremos dejarla vivir, aunque sea en el libro, por un tiempo más. Y como eso no es posible, asistimos a su funeral como si fuéramos sus familiares, llevados por el dolor que la voz narrativa nos hace sentir, porque no sólo se trata de una historia conmovedora, sino de un modo de contar muy poderoso.
Una novela imperdible que nos hace dolernos por la pérdida de la narradora y nos lleva a preguntarnos cuántas Lilianas conocemos y a cuántas estaremos a tiempo de salvar. Un libro que me cimbró de tal modo que siento que he dicho mucho y no he dicho nada en realidad, porque todavía no he terminado de digerirlo y estoy segura de que pasará mucho tiempo para que deje de sentir y de pensar cosas nuevas sobre esta narración, a la que he asistido con el disfrute de leer una novela bien escrita y el dolor de conocer su historia.
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