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Para la mayoría de la gente, el año 2020 fue un año de recogimiento, de estar encerrados, no sólo literalmente sino también encerrados en uno mismo. Sin embargo, para el escritor Manuel Rico, fue un año en el que decidió sacar a relucir, de nuevo, esos artículos, esos escritos hechos entre 2007 y 2014. Y precisamente de eso se trata “El raro vicio de escribir la vida”, de mostrar al lector todos sus pensamientos de una forma lenta y sosegada. El libro está estructurado en siete apartados donde el autor va desgranando sus reflexiones. Habla de la vida, del taller (refiriéndose a su obra), de una memoria heredada, de itinerarios, de barrios, de cine y sobre la letras de los otros. A lo largo de estas meditaciones, somos testigos de cómo ha ido evolucionando a lo largo de su vida, no únicamente a nivel literario y profesional, sino también a nivel personal. Ha sido testigo directo del crecimiento y progreso de su hijo, de su ciudad, de los alrededores, de cómo han ido cambiando aquellos lugares a los que iba de niño o cómo han ido desapareciendo esos otros con los que llegó a tener cierto apego. Pero estos retazos de su vida no sólo nos muestran eso, sus vivencias, también nos ponen en contacto con otros autores, otras obras y nos invita a adentrarnos en la lectura de autores como Antonio Machado, Peter Handke o Juan Gelman. Y nos hace partícipes de la obra de Hopper o de su aventura con el cine. Y todo lo hace con una delicadeza exquisita que nos demuestra al poeta que lleva dentro. Porque Manuel Rico no sólo es novelista también es un poeta reconocido y cada frase, cada palabra, cada párrafo de este libro, destila poesía. Uno de los pasajes que me han gustado es el de “Mis mañana en la biblioteca”, que escribió en septiembre de 2012. Nos dice cómo se hizo asiduo a una pequeña biblioteca municipal, mientras escribía uno de sus libros, ya que en ella encontró la paz y tranquilidad que a lo mejor en su casa no encontraba. Nos cuenta cómo la biblioteca se terminó convirtiendo en ese lugar al que se le llega a coger “cariño” porque al final terminas conociendo a los que allí van y es como si terminaran formando parte de tu pequeña burbuja. Porque el autor no sólo escribe o se aísla entre sus estanterías, sus libros y sus muros sino que también él llega a formar parte de esa peculiar familia que constituyen los usuarios de una biblioteca. Podría seguir escribiendo de cada una de sus cavilaciones pero creo que lo idóneo es invitar a cualquier lector a que se sumerja en la lectura de “El raro vicio de escribir la vida” y que lo haga con mesura, sin prisas, saltando de una a otra, sin seguir un orden y disfrutando de una realidad que a veces tiene sus luces y sus sombras pero que forman parte de la vida del escritor y en el que cualquiera de nosotros podemos reflejarnos. Y sobre todo, después de leer este libro tienes unas ganas enormes de seguir indagando en la obra de su autor. |
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