Al día siguiente, cabalgamos hasta que el sol alcanzó su punto más alto en el cielo y los dorados campos de trigo, que nos rodeaban, dejaron paso a los pastizales. Quizá por quinta vez ese día, empecé a preocuparme por mi disfraz. Seguramente cualquier Anciano que me examinara con atención vería mi verdadera aura.
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