Lengua ajena

Lenguaje y maternidad. Lengua y arraigo. Habla y extrañamiento.

Hay historias que se repiten y, sin embargo, en las palabras de cada autor o autora resultan distintas. La historia de Sara, una joven madre ecuatoriana separada que vive en Nueva York, no es muy diferente de otras que inundan el panorama literario reciente de no ser por su fijación en el lenguaje.

Hay una relación tan especial, tan verbal y sonora, entre la protagonista y su hija que es muy complicado no dejarse arrullar por sus palabras. Pese a que madre e hija hablan idiomas diferentes, será el idioma del amor el nexo que nos unirá a nosotros también a esta historia.

Una historia en la que hay cierto sufrimiento por la imposibilidad de vivir en la conexión primigenia del cordón umbilical, no solo en lo que implica la relación de Sara con su hija Lola, sino con las mujeres de su pasado reciente. Hay un arrancarse de sí, de la tierra que nos vio nacer y de aquella que nos acoge con recelo. Un estar permanentemente suspendidos en un limbo de palabras vacías que no nos nombran.

¿Están las ramas del árbol genealógico condenadas a repetirse? ¿Qué hay de las mujeres que nos precedieron en nuestro propio modo de ser mujer, madre, hermana, amiga?

Aun con todo esto, hay algo que impide la total absorción de esta historia a lo largo de su lectura, no sé si son los momentos previos al desenlace o una pátina de cuestionamiento y reflexión que no termina de permitir que la historia crezca y avance.

En determinados momentos es demasiado honda e impenetrable la visión de túnel del discurso de la protagonista precisamente por el peso que supone el destierro, la indefinición.
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