El origen de la alegría

Pablo Ramos vuelve a “Gabriel Reyes”, el protagonista de la “trilogía” (no sé si él admite que lo es, no hay un orden de lectura de las tres novelas, no pasa nada si se las lee de la primera a la última, o no), pero esta vez, no está en El Viaducto, su barrio de la infancia; ni en la Ciudad de Buenos Aires, su lugar de adulto. Está en una limusina, recorriendo las rutas de la Provincia de Buenos Aires, rumbo a la ciudad de Rosario (Santa Fe) en el momento en que se dictamina el aislamiento social obligatorio.

Gabriel muestra su vicio de jugador, y en el casino de San Isidro, al que no puede entrar, pero si lo hace ayudado por su amigo “Alfredo”, gana un pleno con el cero en la última bola de la noche (ya madrugada) Y gana muchísimo dinero. Luego de salvarse de una detención, se sube a la limusina que maneja “el otro Alfredo” para salir en busca de tres mujeres, del camino, del destino, del sentido, de algo que le explique “lo que no puede nombrar”.

Como corresponde al estilo de Ramos, y a la vida de “Gabriel” (que no deja de ser un alter ego de Ramos) este viaje es un delirio. Un delirio que, de por momentos, nos anticipa un final no feliz. Cuando llegamos al final, es abierto, y nos queda la esperanza de que, pronto, volvamos a saber de “Gabriel”.

Si se lo cruzan por ahí, no lo dejen pasar. Aunque no hayan leido los anteriores, aunque no dominen el “castellano rioplatense porteño”, le van a encontrar la vuelta enseguida.