Descubrí a Mafalda cuando tenía siete años y, obviamente, no entendía muchas de las historias. Recuerdo que les preguntaba a mis padres continuamente qué significaba esto o lo otro y ellos me lo explicaban con una sonrisa (a veces entre carcajadas). Fui creciendo con ella: me iban regalando poco a poco los libros (recuerdo que había 10, cada uno de un color diferente) y empecé a entender cada vez más. Llegó un día en que reí a carcajadas yo sola. Desde entonces, se ha convertido en una de mis lecturas de cabecera. Siempre tengo un momento para leer una tira de Mafalda. Es ingeniosa, madura, sabelotodo... maravillosa.
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