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Lanny es un libro muy especial que merece la pena ser leído y disfrutado. Desde el punto de vista de la trama, la novela comienza con el retrato de forma indirecta -mediante los testimonios de otros- de un niño excéntrico, ocurrente y sensible llamado Lanny para, después, narrarnos los acontecimientos y reacciones posteriores a un fatal suceso relacionado con él. La atmósfera de cuento infantil y la presencia de elementos propios del folclore y las creencias populares que envuelven la novela posibilitan que el lector presencie un espantoso incidente desde una óptica muy diferente a la esperada, sin que por ello se pierda la empatía con los personajes o se desvirtúe la tensión narrativa. No obstante, pese a su claro argumento, Lanny es un libro que trata sobre los prejuicios, sobre las actitudes que adoptamos, sobre los más íntimos y, a veces, despreciables pensamientos humanos, sobre nuestra capacidad para construirnos una idea del otro. Por eso, Lanny no habla en la novela. Es el personaje protagonista y, sin embargo, el lector ha de formarlo mediante todos los testimonios que otros dan de él.Técnicamente, creo que la novela es una maravilla. Desde luego, Porter aporta frescura a la técnica narrativa con un libro compuesto de tres partes muy diferentes entre sí, incluso, desde un punto de vista visual. La disposición del texto cuando Papá Berromuerto escucha a los habitantes del pueblo es efectiva al cien por cien: los enunciados se curvan, se entremezclan, se truncan..., plasmando de un modo plástico cómo el mitológico ente percibe a los vecinos. Por otra parte, creo que es un ejercicio sobresaliente la segunda parte de la novela, en la que se intercalan decenas de párrafos breves sobre el suceso determinante del libro, sin saber de antemano quién habla ni, a veces, exactamente de qué. Todos estos pasajes permiten ver un mismo acontecimiento y a un mismo protagonista -Lanny- desde múltiples puntos de vista sin que ninguno prevalezca. La tercera y última parte, finalmente, creo que es una hermosa, sobrecogedora y, por momentos, aterradora alegoría con la que Porter pone punto y final a este curioso y excelente relato.
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