El diablo a todas horas

Una terrible mirada sobre las miserias de la América profunda. No sé hasta qué punto el panorama que nos presenta Donald Ray Pollock en su novela El diablo a todas horas (2011) se acerca a la realidad o es pura ficción. En todo caso, el resultado es una lectura ciertamente impactante.

La acción transcurre en las décadas de los 50 y los 60 del siglo pasado, en un lugar olvidado del interior del país, entre Ohio y Virginia Occidental. Muy lejos de todo.

Sí, este es un libro que podría atragantársele a los lectores de estómago fino. Es difícil encontrar en la pléyade de personajes a alguien que no sea de una u otra manera repulsivo, corrupto, execrable. Algunos de ellos son víctimas de sus propias circunstancias, mientras que otros son la más pura expresión de la maldad y la abyección.

Entre los primeros podríamos incluir al viejo Willard, que obliga a su hijo a rezar día y noche en un claro del bosque y que sacrifica animales con la esperanza de que así podrá salvar a su esposa de un cáncer terminal. O a la peculiar pareja (el predicador y el lisiado), a quienes la pobreza, la ignorancia y la desesperación llevan a cometer crímenes y otras acciones sin sentido.

Sin embargo, el grupo de los malvados es más numeroso y dañino: el repugnante sheriff del pueblo y sus corruptelas, el depravado predicador que corrompe a las jóvenes e inocentes feligresas de su congregación… O esa pareja de psicópatas que viven en la más absoluta inmoralidad (ella se prostituye en el mismo bar donde trabaja para que él se dedique a su «arte») y que salen de vacaciones de vez en cuando a «cazar» modelos. Una pareja que, por cierto, me recordó un poco a la de aquella película de los 90, Asesinos natos, de Oliver Stone.

No pierdas el tiempo buscando héroes en las páginas de El diablo a todas horas, pues no los hay. Y aun así, tal vez por la manera en la que Pollock presenta las lamentables vidas de todos estos personajes, el lector puede llegar a sentir empatía, o al menos lástima, hacia algunos de ellos. En ese agujero olvidado, la gente hace cosas horribles para sobrevivir. ¿Quién puede juzgarles? Allí, la justicia y la idea de Dios son conceptos relativos. Todos, cada uno a su manera, están atrapados en su propia red, de la que no pueden escapar.

En lo puramente narrativo, me gustó el modo en el que el autor pasa de un personaje a otro, sin transiciones. El lector ve el mundo según los ojos de cada uno de ellos. Además, todas las escenas, incluso las más enfermizas, contienen una belleza difícil de definir.

Todas las tramas desarrolladas en The Devil all the Time confluyen en un final magnífico, violento y enloquecido. Todos los hilos se unen de forma magistral, poniendo el broche final a una novela áspera y estremecedora. Conmovedora y desagradable a partes iguales.
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