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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
Brutal, con grandes personajes, tan buenos los principales como los secundarios. Realmente el diablo no abandonó ni un segundo a Donald Ray Pollock mientras redactaba este libro, aunque sin duda ya le había vendido su alma cuando escribió Knockemstiff.

Como diría Murphy, todo lo que es susceptible de ser corrompido será corrompido, solo hay que esperar el tiempo suficiente. En esta tierra a la que Dios hace tiempo que no dirige su mirada, el tiempo ha pasado ya y muy pocos son los que se han salvado de la podredumbre, aunque, y esto es lo que lo hace todo realmente terrible, en estos pobres "diablos a casi todas horas" permanecen unas pocas gotas de conciencia que les hace ser impotentes y, a veces, no siempre, horrorizados espectadores de ellos mismos.

“Al chaval de Iowa le costó más tiempo que a la mayoría darse cuenta de lo que estaba pasando, pero aún así no ofreció mucha resistencia. Carl se tomó su tiempo y sacó por lo menos una veintena de fotos de objetos saliéndole de varios lugares: bombillas, perchas y latas de sopa. Para cuando dejó la cámara y dio el asunto por acabado, ya empezaba a oscurecer. Se limpió las manos y la navaja en la camisa del chaval y luego se puso a caminar hasta que encontró una nevera Westinghouse entre la basura… las paredes estaban cubiertas de una fina capa de moho verde y en un rincón había un frasco roto de mermelada viscosa y gris. Joder, ¿vas a meterlo ahí dentro? – Me da la impresión de que ha dormido en sitios peores –dijo Carl.”

Pero no estamos ante una historia de perdedores. Nos encontramos en un escalón más abajo, el de aquellos que nunca han tenido nada que perder y viven la desesperanza de los que nacieron con muy pocos números de la tómbola y en el entorno equivocado… podríamos ser nosotros mismos. Y esta es la gran fuerza de los relatos de Pollock, porque esta novela podría entenderse como un libro de relatos de igual forma que su anterior obra –Knockemstiff, el mismo pueblo que volvemos a visitar en este libro y que es el lugar de nacimiento del autor- podía leerse como una novela. Por abundante que sea la basura, y hay mucha, los personajes y sus acciones se nos hacen muy reales por verosímiles: su estupidez, su depravación, su amargura, su degeneración, incluso su inocencia, su candidez, que también la hay, todo se nos antoja turbadoramente cercano.

Hay sexo, sí; hay violencia, mucha; hay perversiones, no pocas. El sexo puede ser algo muy retorcido; matar no es solo acabar con la vida de alguien. Pero nada es gratuito, el relato es sencillo, no se recrea en lo abyecto, y lo que es más perturbador, no todo está en lo leído. al igual que en el erotismo, también en la violencia es mucho más potente sugerir que enseñar. Una escena contada hasta el mínimo detalle es eso, una escena; una escena sugerida, si está bien sugerida, son miles de escenas, tan morbosas, retorcidas y malsanas como el alma de cada uno de nosotros pueda llegar a ser.

“Cynthia era uno de sus mayores éxitos. No era más que una chica de quince años cuando él había ayudado a uno de sus profesores del Heavenly Reach a sumergirla bajo las aguas del Flash Fish Creek durante una ceremonia de bautismo. Aquella misma noche se había follado a aquella criatura delicada debajo de unos rosales, en los terrenos de la universidad, y al cabo de un año se había casado con ella para poder trabajársela sin que los padres fisgaran en sus asuntos. En los últimos tres años, Preston le había enseñado todas las cosas que se imaginaba que un hombre podía hacerle a una mujer. No quería ni pensar en cuántas horas de su vida le había costado, pero ahora la chica estaba tan bien entrenada como el mejor de los perros. Solamente tenía que chasquear los dedos y a ella se le empezaba a hacer la boca agua pensando en lo que a él le gustaba denominar su "cetro".”

Una novela que crea dependencia, que se lee alternando las sonrisas – comprensivas o culpables- con las muecas de asco por esa inmundicia que nos degrada y nos agrada como ese picor que aliviamos hasta hacernos sangre. Solo un pero, no pequeño, estuvo a punto de costarle una estrellita: el final de la novela es demasiado justiciero y, paradójicamente, no hace justicia al resto del libro.
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