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Crítica de Egosum


Egosum
10 November 2022
Esas mujeres ¿Quienes son esas mujeres? Son la bailarina, la madre, la prostituta, la esposa, la artista y la policía. Seis mujeres, seis, que solamente tienen una cosa en común: un asesino en serie.
Por partes. Estamos en Los Ángeles, una de las ciudades más deshumanizadas del mundo. Un espacio inhabitable lleno de guetos raciales, violencia, miseria, riqueza, glamour, patios traseros llenos de basura y jardines con piscina y jacuzzi.
En Los Ángeles, por lo visto, podemos encontrar de todo.
Podemos encontrar a Essie, una policía tan bajita que es invisible para quien se asoma a una mirilla normal. También a Dorian, propietaria de un "restaurante" de frituras que sirve a domicilio y al que, en uno u otro momento, acuden todas las protagonistas. Dorian perdió a su hija Lecia, canguro ocasional, por el error de un asesino de prostitutas (o eso afirma ella). Y algo debe haber porque Juliana o Jujubee (como se hace llamar), Feelia y Kathy has sido asesinadas de la misma forma (junto con otras prostitutas que no alcanzan el carácter de personaje del libro).
Lecia es el error. Feelia la excepción: sobrevivió y lleva, desde entonces, exigiendo a la policía de Los Ángeles que haga algo.
Ellas son "esas mujeres" (aplíquese el tono despectivo a "esas"). Las que no son como las demás. Las que venden su cuerpo por droga o vicio. Las que se suben al coche del primero que pasa sin preocuparse por su seguridad.
Dorian y Feelia insisten una y otra vez a la policía, hasta que Essie, por algo que no voy a contar, decide hacerles caso.
Muy bien hilvanada. En ningún momento pierde el ritmo de la narración. Y el desenlace se lleva a cabo con una precisión quirúrgica.
Muy mal sabor de boca, no lo voy a negar. Si sigo leyendo sobre los pobres humanos a los que les toca el lado "chungo" de la vida, voy a acabar necesitando terapia emocional.
Lo que si puedo afirmar, y lo afirmo rotundamente, es que tanto la novela de Lagiogia como la de Pochoda han dejado marca. Perdón, han dejado cicatriz. Que ahora mismo no se si comenzar, directamente, con las historias victorianas de fantasmas y similares (o Becquer en tono más patriota) aprovechando que se aproxima la Noche de Difuntos y que los fantasmas daran mucho miedo (o yuyu), pero no podemos identificarlos con personas con las que nos podemos cruzar por la calle.
Que las prostitutas tienen familia y que, antes de tener que dedicarse al oficio más antiguo del mundo -por las causas que sean- fueron personas como mi vecina de arriba, la de enfrente o yo misma. Y eso duele, porque saberlo lo sabemos, pero pararnos a pensarlo ya es otra cosa. Es más duro, tiene un coste y no siempre estamos dispuestas a asumirlo.
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