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Crítica de balborraz


balborraz
04 November 2021
Uno pues, de tarde en tarde, circula por la ciudad, en las nocturnas profundidades del ferrocarril suburbano —las más de las ocasiones, libro en mano—. Uno se acomoda en el vagón e intenta dar cuenta de su lectura, sin perder ojo sobre las sucesivas paradas del metropolitano.
—Mira, Manolita, ese muchacho de ahí enfrente está leyendo Viaje en autobús, de Josep Pla, en la edición de la editorial Cátedra donde se incluyen frases que no pasaron la censura franquista —le dijo uno de los viajeros a su joven acompañante.
Uno oye e intenta no hacerse eco procurando centrarse en las escasas páginas que le quedan por leer mas no puede evitar pensar en la apreciación referida por sus vecinos de viaje.
¬—Hola, amigo, —interrumpe otro viajero—, imagino que las frases cercenadas por aquella censura serán de una entidad tremenda, ¿verdad?
—Pues, hombre, se ve que para los censores sí.
—Y usted, ¿qué opina?
—¿Qué quiere que le diga? Querer juzgar las palabras escritas en una época, con la intencionalidad y punto de vista de otra, siempre me pareció fantasioso, pero ¡vaya usted a saber!, se ve que hay gente que piensa lo contrario.
—Y, ¿me podría hacer referencia a alguna de esas frases censuradas?
—Pues así, a voz de pronto… ¡Mire, aquí tengo una subrayada!: «la preocupación universal es la comida».
—¡Vaya!, demasiado agresiva no parece, la verdad. ¿Y esa otra que tiene subrayada en aquel otro párrafo, también fue eliminada por la censura? Por lo que veo dice exactamente: «en lo único que hay una prisa notoria es en aumentar los precios». ¡Anda, mire, como ahora!; parece que no hubiera pasado el tiempo.
—Pues ya ve usted, esa no se la censuraron, fíjese, y a todas luces parece bastante más gravosa.
—Ya le digo, tan agresiva que incluso a día de hoy, en los medios de comunicación afines al gobierno, ni se les ocurriría incluir esa frase. ¡Bien sabe el diablo por dónde recibe las subvenciones!
—Bueno, es notorio que unas censuras son de iure, y otras de facto, ¡qué se le va a hacer!, la misma tiranía perpetrada con mayor o menor disimulo según las épocas.
—Claro, claro, es evidente; vivimos tiempos convulsos. ¿Y qué opinan los editores? ¿Se retratan en alguna postura?
—Pues ahora que lo dice, en la introducción a la obra se hace bastante hincapié en intentar justificar el pasado franquista del escritor, —eso que hoy en día llaman blanquear lo que por consiguiente algunos consideran manchado— llegando incluso a atestiguar que Viaje en autobús fue «una severa condena del régimen franquista».
—¿Y qué opina usted, ahora que prácticamente tiene leído el ejemplar?
—Hombre, a mí los escritores me interesan por sus obras, pero ya que lo pregunta… ¡qué otra ideología podía tener Josep Pla, si al principio de la Guerra Civil tuvo que huir de Cataluña para evitar que le asesinaran los anarquistas! No hubiera sido lógico adoptar otra postura, por mucho que ahora haya intereses en intentar inventar lo contrario; y ahora, con su permiso me bajo en la siguiente parada.
La parada llega y tras la apertura de puertas, los viajeros continúan camino; unos buscan la salida y otros realizamos transbordo para continuar viaje por las profundidades metropolitanas. Antes de acceder al siguiente convoy hay tiempo para acabar el libro, y en esos momentos el viajero lector comienza ya a pensar en la confección de la reseña.
Son esos momentos en los que echa cuentas de lo leído, y repara en la cantidad de subrayados y anotaciones que ha realizado sobre el ejemplar, una obra que es a la vez un compendio de relatos previamente publicados de manera individual, y que aquí son todo uno, como si formaran parte de una misma historia, de un mismo viaje. Un viaje sin principio ni final, (y en esta edición con unos pies de página muy bien documentados), en el que el autor, con la mayor de las libertades, va relatando cualquier cosa que pase por su cabeza, ya sean los pájaros, el amor, los mercados, el casino o los caracoles. En ocasiones nombra los pueblos por los que va pasando y en otras se baja del autobús sin más explicaciones. Viajeros, taberneros o payeses son algunos de los personajes con los que se va encontrando en una aventura literaria rica en reflexiones, sentencias y aforismos.
—Disculpe, señor, —interrumpe otro viajero—, veo que tiene el libro lleno de anotaciones y subrayados, ¿eso quiere decir que le ha gustado mucho?
—Bueno, como usted comprenderá, entre tantos relatos les hay buenos, malos y regulares, aunque en general me ha gustado bastante.
—¿Y puede señalarme alguno de los que le haya gustado?
—Pues, sí; este mismo me gustó bastante: «Yo comprendo muy bien que en ciertos aspectos de la vida un hombre tenga prisa. Yo comprendo muy bien que un amigo me diga: tengo prisa, voy al notario porque he heredado… O que otro me advierta: tengo prisa, voy a beber un litro de vino porque se me está volviendo agrio.», ¿no le parece una auténtica genialidad?
—Sinceramente, no entiendo nada.
—En ese caso, como buen urbanita, quizá entienda mejor este otro párrafo: «Hay un número creciente de personas, generalmente de poca solidez de entendederas, que abandonan sus tierras para ser empleados, vivir en un piso, ir al cine, gozar del espectáculo de ver pasar los tranvías eliminar de su existencia todo riesgo o sorpresa grisácea, definitiva--. Y esa es la marcha de la vida moderna, impregnada de socialismo hasta el tuétano –esa vida que consiste ya en dedicar una buena parte del día a hacer colas y dilucidar los problemas de las cartillas de racionamiento y otros papeles de amenidad parecida.»
—Veo que usted se cree muy listo, y ¡no sabe con quién está hablando!
—Tiene usted razón, pero no se enfade, hombre; lea este otro subrayado y encuentre sus propias conclusiones: «Hay una cosa que llevamos en la masa de la sangre: no podemos tolerar la menor crítica, la más ligera alusión a nuestros modos de pensar o de obrar, aunque objetivamente se demuestren nefastos, inútiles o perjudiciales».
Como dice Pla al principio de la obra, en sus libros no hay mosquitos, ni leones, ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro, viajando en autobús, el vuelo es gallináceo. No obstante, léanlo.
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