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Ojalá poder decir que este libro me ha encantado. Eso es lo que yo quería. Pero me temo... que no. Adoro Friends desde que tengo uso de razón (aunque es cierto que algunos episodios han envejecido mal). Chandler es, me atrevería a decir, mi personaje favorito. Esperaba que esta autobiografía me transportara a una vida de Matthew que no es la que ha sido. Eso, en parte, es culpa mía. Pero es que Matthey pasa todo el libro hablando de su adicción (drogas, alcohol, tabaco). Una y otra vez, de forma repetitiva. Es el eje del libro, como lo ha sido de su vida. Puedo entenderlo. Aún así, llega un momento en que pierde totalmente mi interés. Tiene un enfoque victimista que, al final, aburre un poco. Todos tienen la culpa de lo que le pasa, menos él. Culpa a su madre, a su padre, a las mujeres que han pasado por su vida (su pérdida como detonante de volver a beber/drogarse), y a Dios (un Dios que se hace mucho más - demasiado - presente al final del libro). Es una víctima de su condición. Y si ya pensamos en su forma de hablar de las mujeres como si fueran cosas, objetos... El relato de la vida de una persona enferma, bien podría haber despertado en mí cierta ternura o compasión. Pero no. Lo plantea de una manera que no me ha gustado. Y me da pena, porque me encantaría decir lo contrario. Si algo bueno extraigo de la lectura de este libro es que ahora veré Friends teniendo más elementos para entender según qué cosas. Pero bueno, no, no es el libro que esperaba. |
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