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Decididamente, este autor es mi consentido. A otros/as escribientes no perdono la intrascendencia de tramas, no digamos subtramas, que alimentan clichés de escenas machacadas en la filmografía sin más razón de ser que el efectismo puro y duro. El castigo para todos por haber asesinado mi curiosidad es la indiferencia. Lo que cuenten ya no me interesa porque, al mostrarme la nada, también me han enseñado todas las cartas, ya me lo sé. Con Pérez Reverte empiezo a pensar que jamás llegaré a eso. Por insulsas que sean sus historias y noveladas hasta lo absurdo la conducta de sus personajes, nadie iguala su manera de contar. Por eso sus títulos pervivirán. Es como una advocación de María Dolores Pradera que, aunque en vida cantara el mismo repertorio que tantos habían trillado antes, incluso ahora que ya no está aún le percibes matices diferentes por su entonación, gestos y esa inimitable manera de cantar hablando. Arturo Pérez Reverte maneja la prosa de manera que, al leerlo, te ves envuelta en la armonía de una certera ranchera vieja. |
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