Dos sepultureros (Hipólito y Max) cavan una tumba en el cementerio, Max le instruye a Hipólito sobre el eterno retorno, la inmortalidad, el sentido de la vida en una pieza teatral que carece de motor argumental, porque no deja de ser más que una mera acumulación de diálogos que transmiten reflexiones, ni emociones ni intriga. Sin conflicto no hay drama. La presencia del Alcalde dota de un tono crítico y humorístico el final de la pieza, pero no consigue reflotarla y permanece a la deriva en lo que es una oportundiad perdida para un autor sin voz. Teatro de barrio que no queda.
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