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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
14 October 2020
Poco a poco voy cumpliendo mi propósito de leer todos estos clásicos de carácter infantil y juvenil que conozco desde hace años sobre todo por adaptaciones televisivas y cinematográficas y que, precisamente por ya tener una idea de la historia, voy dejando aparcados en pos de leer obras inéditas o desconocidas para mí. En estas semanas le ha tocado el turno de Los chicos del ferrocarril, de la autora inglesa Edith Nesbit, y estoy tan enamorada del libro que a ver cómo os lo cuento sin enrollarme demasiado (no sé ni para qué digo esto, siempre me enrollo).

Cuando comienza la historia vemos que la familia protagonista vive de manera acomodada en Londres, que tienen criados, que Padre trabaja en algo relacionado con el Gobierno y que Madre es una mujer que se desvive por hacer felices a sus tres hijos: Bobbie, Peter y Phyllis. Pero un buen día aparecen dos señores, Padre se va con ellos sin despedirse, su situación financiera cambia y los tres niños, junto a madre, tienen que mudarse a una pequeña casa en la campiña en la que tendrán que valerse por sí mismos, sin criados, sin poder asistir al colegio y con muy pocos recursos. La casita se llama Tres Chimeneas, y pronto descubren que muy cerca de allí está la estación y pueden ver pasar los ferrocarriles, así que Bobbie, Peter y Phyllis van hasta allí todos los días y se aprenden todos y cada unos de los trenes que pasan, sus horarios, sus colores, cómo se llaman, de dónde vienen, hacia dónde van, les ponen nombre... Poco a poco van incorporando nuevas cosas que hacer y se amoldan a su nueva vida, hacen nuevos amigos y corren numerosas aventuras impensables cuando vivían en Londres mientras intentan no hacer preguntas sobre dónde está Padre e intentan no darle mucho trabajo a Madre, que ahora apenas puede dedicarles tiempo si quiere escribir mucho y vender esas historias suyas a alguna revista para que puedan tener bollitos para el té.

Tal y como os digo, estos niños corren mil y una aventuras, y no os penséis que son aventurillas infantiles sin más, no, que estos niños, ya que se ponen, se ponen de verdad: desde evitar el descarrilamiento de un tren salvando decenas de vidas hasta meterse en un bote en llamas para salvar a un bebé pasando por meterse en túneles oscuros donde se encuentran niños heridos que hay que salvar... entre otras muchas cosas, que a estos tres hermanos no se les resiste nada. Y mientras tanto aprovechan para hacerse amigos de todo el mundo, ya sea el Jefe de Estación, el Mozo de la susodicha, el médico, la señora de Correos o los maquinistas de las locomotoras que pasan todos los días por allí. Pero si hay un amigo especial, un amigo que sobresale por encima de todos, es el Anciano Caballero, ese señor que les saluda todos los días desde su ventanilla del tren de las 9:15 (el que ellos llaman Dragón Verde) y que será determinante y muy importante en sus vidas por diversas razones que yo, obviamente, no os voy a contar.

¿Y qué pasa con Padre? Pues sus hijos no le olvidan, pero no preguntan porque cada vez que lo hacen Madre se pone muy triste. Que por cierto, Madre no suelta prenda hasta que no se descubre el pastel casi al final del libro, o no al menos abiertamente, aunque el lector, que es muy cuco, se imagina casi desde el principio dónde está Padre, y si pone en marcha la maquinaria deductiva, por alguna cosilla aquí y alguna cosilla allá se confirma la sospecha. En cualquier caso la autora no nos deja con la duda y tarde o temprano nos enteramos de los motivos y razones que le han llevado allá donde está, sea donde sea. Y no, de esto tampoco os voy a contar nada más.

Me estoy dejando lo más importante. ¿Cómo son Bobbie, Phyllis y Peter? Pues de una manera que a mí me parece dificilísima de conseguir: estos tres niños son... ¡niños! Así como os lo cuento. No son marisabidillos, no son cursis, no empalagan, no hablan como si tuvieran treinta años, no se comportan como si tuvieran cuarenta... ¡No, son niños! Y se pelean entre ellos, discuten por tonterías, se les olvida el enfado en 0,5 segundos (a veces...), razonan de esa manera que razonan los niños cuando quieren tergiversar la verdad, hacen muchas cosas buenas pero también hacen unas cuantas trastadas, son imaginativos... Los tres son muy diferentes y con sus ocurrencias se roban los planos unos a otros para repartirse el protagonismo, pero la reina de la función es Bobbie, una niña todavía pero también la mayor de los tres y a la que no se le escapa nada, la que no dice nada a sus hermanos pero no se le va su Padre de la cabeza, la que cuida a su Madre y le ofrece un hombro en el que apoyarse cuando ya no puede más. Y no, eso no quita para que tenga todas las cosas de niños que comento arriba, pero yo, como hermana mayor que soy también, la entiendo perfectamente. Llega un punto en el que tienes un pie en el mundo de tus hermanos pequeños y otro en el que se espera de ti que seas mucho más que eso y que madures antes de tiempo.

Cuando se habla de este tipo de libros infantiles o juveniles clásicos puede parecer que se cae en los mismos tópicos de siempre (niños que se enfrentan a situaciones familiares muy difíciles o tristes con optimismo y valentía, buenas acciones que tienen sus recompensa, travesuras que acaban bien...) y sí, puede ser que en el fondo todos intenten abarcar los mismos temas, pero en la forma yo creo que todos estos libros no pueden ser más diferentes (al menos los que yo he leído). Este año os he traído unos cuantos y todos tienen su propia personalidad, su propia forma de contar las cosas y unos niños protagonistas únicos, especiales y que brillan con luz propia por méritos propios sin que puedan llegar a confundirse unos con otros.

Y al hilo de los tópicos, os confirmo que aquí también se habla de la importancia de la amistad, de no hacer distinciones sociales a la hora de brindar nuestro afecto, de dar siempre sin esperar nada a cambio (aunque en estas historias siempre se suele recibir más de lo que se da... algo que no suele ser muy real, pero ¿qué más da?), de no dar demasiada importancia a las cosas materiales, de adaptarse a las malas circunstancias con valentía y ánimo, de no perder jamás la esperanza, de la importancia de la familia, de saber escuchar y respetar las opiniones de los demás, de intentar no herir los sentimientos de nadie, de confiar siempre en el buen corazón de la gente... Lo dicho, sí, temas universales en historias que intentan inculcar valores en los más pequeños, pero os digo yo que muchos adultos harían bien en leer estos libros y tomar muchas notas (si luego llevan las notas a la práctica ni os cuento el cambio que daría la sociedad en que vivimos).

Yo creo que un libro libro infantil o juvenil se convierte en clásico cuando muchas décadas después siguen disfrutándolo tantos niños como adultos... cuando los niños ven en él lo que deben ver como niños y los adultos saben ver las miguitas de pan que dejó para ellos su autor o autora y, leyendo lo mismo, en realidad leen algo completamente diferente. Pollyanna, Ana la de Tejas Verdes, El jardín secreto, y este que hoy os traigo, Los chicos del ferrocarril, serían buenos ejemplos de estos clásicos que os comento. Y además es que la autora escribe muy bien, con un punto de ironía amable que brilla sobre todo cuando hace guiños ocasionales al lector cual narradora que sabe que tiene a su público en el bolsillo y quiere hacerle cómplice de la historia. Y, sinceramente, dudo que alguien que lea este libro no se lance a buscar más libros de Edith Nesbit como si no hubiera un mañana. Yo me he lanzado a buscar libros de Edith Nesbit como si no hubiera un mañana. Me niego a pensar que soy la única que hace estas cosas :)
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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