Bailey's Café

Escribo esto sintiéndome aún sentada en un rincón de la barra del “Bailey's Café”, de Gloria Naylor. Aún escucho las voces de los personajes y distingo su olor mezclado con los aromas de la cocina; todavía veo sus rostros y distingo sus ropas, siento cómo entra la luz por las ventanas y cómo estas amortiguan los ruidos de fuera. Y no sé cuándo seré capaz de salir de aquí, ni cómo, ni si querré salir algún día.

Y es que si algo tiene esta historia es que te atrapa, a pesar de que en un inicio pueda costar un poco hacerte a ella; tiene algo en su ritmo, en su ambiente, en su estilo… que no te suelta, que te absorbe y te deja anclada a la barra del bar. Desde ahí, desde tu rincón, como un parroquiano más que ha acudido al bar a dejar algo de sí mismo para encontrar un poquito de los demás, comienzas a absorber una parte de lo que va dejando olvidado cada uno de los personajes, como un coleccionista que se dedica a recoger pedacitos de cada uno de ellos para construir un personaje final, que podría ser este momento, en este bar, en esta calle de esta ciudad.

Pero lo que vas recogiendo no es agradable, no es la parte luminosa de la vida, aunque dentro de la oscuridad que rodea a cada uno de estos personajes puede atisbarse un lucero que pugna por salir a brillar, aunque las sombras no le dejen.

Una historia (o mezcla de historias) de esperanzadora desesperanza, que comienzan en puntos diferentes para desembocar en el mismo lugar; historias sobrecogedoras, de injusticia unas, de rebeldía otras, de resiliencia y superación alguna que otra también, pero todas con una verdad y una sensibilidad que superan cualquier sensación de crueldad, de pena o dolor que se pueda experimentar leyendo sus líneas.

Un libro que merece infinitamente la pena por lo que transmite, por lo que hace sentir, por lo que envuelve. Una historia de historias que no deja indiferente y que marca, que deja huella, que se incrusta.

No sé si ya estoy preparada para abandonar mi sitio en este lugar, pero creo que es hora de dirigirme hacia la puerta trasera. Quien sabe, quizá algún día pueda volver a entrar.