Maldita Alejandra. Una metamorfosis con Alejandra Pizarnik

Voy a partir de una premisa sencilla que actúe como base sólida desde la que escribir sobre esta lectura para, añadir después, aquellos andamios argumentales desde los que decir abiertamente aquello que no me convence tanto.

La premisa es que este libro es un tesoro, está hecho con cariño, con la artesanía del detalle que revela y acompaña a las palabras que no pueden expresarlo todo. Pero no os voy a engañar: lo compré porque se habla de Alejandra Pizarnik, hasta el punto de que ni busqué más información sobre quién lo firmaba ni de qué otros aspectos podría encontrar en él. de ahí que, mientras lo estaba leyendo, encontrara cierta resistencia a lo que en él se me estaba mostrando.

Maldita Alejandra es el diario que la ilustradora Ana Müshell creó en un momento de miedo absoluto e incapacidad para seguir adelante. Müshell encontró en las lecturas de Pizarnik una compañía corpórea, un aliento compartido en la oscuridad de los terrores cotidianos.

La resistencia viene porque realmente desconocía la historia de su creadora y aunque no me cuesta empatizar con aquello que nos cuenta, esto le restaba intensidad a lo que yo había ido a buscar: la historia de la poeta que cambió mi manera de entender la literatura.

Tengo que decir que me gustan las obras intimistas, tiendo a valorar el hecho de hacer literatura sobre los cimientos (o las ruinas) de personas que no conocemos; pero en esta habitación en penumbra solo quería tomar café y fumar un cigarrillo con Alejandra.

Considerando todo lo dicho anteriormente, creo que Ana ha sido muy generosa al abrirnos las puertas de su corazón y de su arte, aunque haya sido utilizando oportunamente las sombras de la escritora argentina para iluminarnos con el preciosismo de sus ilustraciones.

Si conocéis a alguien que le guste Pizarnik, os aseguro que esta novela gráfica es un regalo maravilloso.

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