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¿Cuánto de sangre hay en la maternidad? Es difícil imaginar a una madre que entrega su hija a otra para criarla, de mutuo acuerdo, sin sentir un denso dolor en el pecho. El término que lo define, “adopción del alma” (“fill'e anima”), aunque hermoso, no lo hace menos duro. Maria fue “el error después de tres aciertos” de Anna Teresa Listru, y desde los seis años, la “fill'e anima” de Bonaria Urrai, una mujer mayor con la que convivirá a partir de entonces. Estamos en Soreni, un pueblo de Cerdeña en los años 50. “La acabadora”, de Michela Murgia, retrata a una madre y una hija unidas por esa adopción del alma. La hija se adapta a la vida de la madre, modista, a sus silencios y sus misterios. Y poco a poco descubrirá que hay algo que le es vedado, aunque en el pueblo todos sepan el papel que juega la madre adoptiva en la vida de los sardos (y en su final). Bonaria Urrai es modista, sí, pero no solo es modista. Ella es la acabadora de Soreni. Las tradiciones en torno a la muerte en Soreni son un ritual. El pueblo, como una gran familia, acompaña a sus agónicos, los consuela y, llegado el caso, los ayuda a encontrar la paz. Ese es el papel de la acabadora: tender la mano a la muerte y unirla con la de la persona yacente para que pueda marcharse. Precipitar el final. La propia autora, Michela Murgia, fue “fill'e anima”. Es de suponer que la acabadora ya no esté, pero como reminiscencia de su existencia persiste aún en Cerdeña la tradición de colocar un pequeño yugo, tallado en madera, bajo la almohada de los familiares agonizantes, para que tengan un buen final. Pese a su brevedad, esta novela me ha arropado con su toquilla negra. He recordado el luto que me sorprendía en las mujeres de mi infancia. Que duraba años y se llevaba en silencio. La realidad tiene algo de ese encantamiento folclórico que envuelve y que, en mi caso, huele a jazmín. Esta historia, como el denso olor de la flor, permanecerá conmigo mucho tiempo. |
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