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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
26 August 2023
Si consideramos al psicópata como alguien con tendencia antisocial capaz de cometer actos delictivos graves, capaz de pasar de tranquilo a violento en cuestión de segundos sin mostrar sentimiento de culpa ni una pizca de empatía, el protagonista de Nunca sabes quién llama es un psicópata. La autora, Mar Moreno, ni siquiera lo ha dotado de nombre, con esto ha querido resaltar esa característica de invisibilidad con la que ciertas personas se muestran ante otras; algo fácil de observar, concretamente, en las relaciones entre ciudadanos pertenecientes a los dos extremos sociales, los que forman parte del escalón más alto, los potentados, y aquellos que circulan por los barrios más deprimidos. Estamos en un contexto extremo y, como tal, cualquier cosa puede pasar. En la realidad es difícil que dejemos entrar a un extraño a nuestra casa. Aquellos que esperan un pedido confían en que el supermercado tenga un control de sus empleados, pero no siempre es así.

Y esto es lo que ocurre en ciertas urbanizaciones de lujo de las afueras de Madrid. Personas que viven rodeadas de comodidades, con grandes espacios exteriores y sin vecinos demasiado cerca para que la tranquilidad no se vea mermada. Personas que requieren un servicio a domicilio de casi todas sus necesidades. Y hasta allí van los encargados de ofrecer el servicio. El problema viene cuando una de estas personas no es un simple repartidor sino que apenas gana para sobrevivir, mal, en la calle, haciendo uso de la beneficencia porque su entorno ha sido horroroso.

El protagonista de la novela tiene todas las papeletas para acabar mal; criado en un cuchitril, con un padre borracho, analfabeto y maltratador, con una madre excesivamente ingenua, y sufridora hasta límites insospechados, una hermana que pasa de ser violada por su jefe a ver en la prostitución una salida a su miseria, unos compañeros de colegio crueles que, por envidia, lo acosan por preocuparse y destacar en los estudios… Aun así consigue situarse más o menos en la sociedad. Aun así consigue quedarse en la más absoluta miseria. Ante este panorama había de ser un mártir o un superhéroe para salir indemne. Así que no es de extrañar que su cerebro hiciera “clic” en un momento determinado y explotase. Se podía haber matado simplemente, pero, inteligente como era, idea la forma de no abandonar este mundo sin probar aquello que le han prohibido durante toda su vida. Tras controlar qué hacen los residentes de ciertos chalets, decide asegurarse de que la mujer está sola para ocupar el lugar del dueño. Durante ese fin de semana él será su marido, ella deberá llamarlo por el nombre de él si quiere volver a verlo, y tratarlo como si fuera su propio esposo. Pero esto es imposible; una mujer violada, aterrorizada, extorsionada no puede tratar a su maltratador como si fuera un ser querido. A esta angustia se suma la de no tener claro si su marido sigue vivo y si, una vez pasado el plazo, él la dejará con vida «Me estás jodiendo el viernes, pija de mierda. Si no dejas de llorar en este momento, me iré […] Hay un cabrón en tu casa que ha secuestrado a tu marido […] al que vas a tener que complacer en todo lo que te pida durante un fin de semana».

Puede escapar, pero no lo hace por miedo a que el extorsionador cumpla su palabra de dejar morir a su marido, y por esta razón tampoco llama a la policía. Este es el planteamiento de Nunca sabes quién llama. Mar Moreno ha programado una idea bastante original para una novela negra, sin embargo, ha desarrollado tres allanamientos en los que prácticamente el pensamiento del asesino se repite, consiguiendo que el lector pueda perder la tensión de la primera vez.

Tres irrupciones en tres casas distintas mientras él mantiene la convicción de que es un justiciero que viene a ejecutar una merecida sentencia; no puede haber piedad para todos aquellos culpables de haberle impedido integrarse en la sociedad, para todos los que no le ayudaron ni les importó lo más mínimo. Ahora es el momento de que paguen las consecuencias.
La primera vez, cuando el violador es Alfredo, el lector está desprevenido y la conmoción, al llegar al final de ese fin de semana, es evidente. Después, cuando es Marcial nos encontramos en un bucle, no por las reacciones de las mujeres, nunca son las mismas, sino porque él piensa en su vida, constantemente, en lo bien que él quiso hacerlo en todo momento y en lo mal que han actuado con él desde el principio, «Tú no sabes el calor que desprenden los cuerpos cuando seis o siete personas conviven en un salón de veinte metros cuadrados». Creo que queda algo repetitivo; el lector sabe lo que va a ocurrir, por lo que la lectura pierde algo de interés, no nos terminamos de creer tanta desgracia, probablemente porque vemos a una víctima comportándose como un verdugo ante inocentes. No todos los de la alta sociedad son iguales, no todos se enriquecen de la misma manera, no podemos justificar ningún atentado porque al final se eliminaría la razón y nos moveríamos por impulsos animales. Sin embargo, el aliciente se recupera en la tercera parte, cuando encuentra una mujer inteligente, a su altura; Rosa, a pesar de la duda, no se deja manejar por el supuesto Enrique «El extraño acepta la explicación con una mueca aspirante a sonrisa. Rosa lo encuentra demasiado risueño, le preocupan sus cambios de carácter, no quiere sufrir más agresiones».

El final es trepidante, los lectores estamos deseando que Rosa lleve a cabo su plan para desbancar lo que, desde un principio, el narrador y el propio protagonista nos hacen creer: que vivimos envueltos en un determinismo en el que el ser humano no puede salir de la miseria por las condiciones de la propia miseria. Ningún acto conseguirá salvarlo, por lo que todas sus acciones están preestablecidas. Esto es muy duro de asimilar, porque en realidad, quienes hacen que el protagonista vaya por un mal camino, son los de su propio nivel sociocultural que no aceptan los ideales que tiene de niño. Cuando la sociedad comienza a integrarlo, serán los delincuentes quienes se lo impidan.

Está claro que de la miseria se sale a través de la cultura, algo difícil de instaurar en ciertos ambientes, pero no imposible. Solo con la educación, nunca con el dinero, seremos capaces de que la gente se comporte como personas, porque el aprendizaje es lo que abre puertas y sobre todo mentes. Esto no quita para que nos encontremos a veces, con envidiosos o depravados de cualquier nivel de la sociedad, tanto el más bajo: «Un problema es estar bajo cero y que unos desgraciados se hayan meado en los cuatro cartones y las dos mantas raídas que tienes para dormir», como en el más alto «Maldito hijo de puta […] ¿Por qué no te vas de mi casa? ¿Qué sabrás tú lo que he tenido que pasar para llegar hasta aquí? […] Te pone someterme, ignoras que yo ya era una experta en sumisión antes de que entraras por esa puerta».

Esta es nuestra sociedad, un lugar donde no es oro todo lo que reluce, ni todo es blanco o negro.

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